Buenos Aires

Llegamos a Buenos Aires a finales de enero, dejando atrás un invierno, todavía no muy crudo, para sumergirnos en un verano caluroso y húmedo. Habíamos volado con Iberia durante la noche y, tras las colas de inmigración y aduana, pedimos un taxi en el mostrador que hay en el primer hall del aeropuerto. Los taxis no son caros en Buenos Aires, afortunadamente, porque el transporte público deja bastante que desear: anticuado, abarrotado y sin aire acondicionado, o sea que los días de calor te achicharras.

Era la tercera vez que visitábamos Buenos Aires. La primera vez -de paso hacia Bolivia- nos habíamos alojado en San Telmo unos días a la ida y otros a la vuelta. En esa primera ocasión habíamos callejeado fundamentalmente por ese barrio (calle Defensa, Plaza Dorrego, Parque Lezama…) y por lo que los porteños llaman “microcentro” (Plaza de Mayo, Avda. de Mayo, Congreso, Diagonal, etc.), algo de Palermo, Retiro, Recoleta y Puerto Madero, pero en este último barrio, por ejemplo, no habíamos estado en el restaurante peruano La Rosa Nautica, sucursal que el famoso restaurante de Lima del mismo nombre abrió en los muelles de Puerto Madero, con terraza frente al río y a las torres que se extienden al otro lado del río. Es un lugar recomendable de bonita decoración, ambiente agradable y una carta no muy extensa pero de calidad y con precios razonables. El chupe de camarón es excelente y también los ceviches de delicados sabores, o los pescados de preparaciones más elaboradas.




La segunda vez que pasamos por Buenos Aires fueron únicamente un par de días antes de hacer un tour por Argentina y Chile. Nos alojamos en la Avda. 9 de Julio y nos movimos también por el microcentro y los aledaños de la inmensa avenida: Plaza Lavalle, Corrientes, calle Florida, librerías, exposiciones…

La avenida 9 de Julio es inmensa más bien por ancha que por larga. Porque casi todas las calles de Buenos Aires son kilométricas: tan largas que decir el nombre y el número no sirve para nada, hay que indicar entre cuál y cuál calle perpendicular se encuentra el lugar al que se va. Y es que Buenos Aires es enorme. De esto nos dimos cuenta en esta tercera visita porque, al conocer ya lo fundamental, o al menos lo que se considera como imprescindible en cualquier capital importante, puedes dedicarte a descubrir de verdad la ciudad, a vivirla casi como un “porteño”, yendo a lugares a los que nos vas cuando dispones de poco tiempo como el mercado de las pulgas en Dorrego 1650, en Palermo Hollywood, disfrutando de sus cosas buenas o sufriendo las no tan buenas, como por ejemplo una red de transporte público un poco obsoleta, sin aire acondicionado ni en el metro ni en los autobuses y -lo que es aún peor- sin escaleras mecánicas hasta la calle en demasiadas ocasiones. Como contrapunto, el precio de un billete de metro es baratísimo -5 pesos, el equivalente de unos 30 ctm. de euro-, incluso el taxi es barato, lo que facilita los desplazamientos por una ciudad tan extensa, con tan grandes distancias entre los distintos barrios. Desde Palermo, por ejemplo, un barrio considerado céntrico, en donde nos alojamos en casa de nuestra hija, hasta el microcentro hay 10km. Qué decir de los barrios más alejados.


Así que fue esta tercera vez cuando descubrimos un Buenos Aires cosmopolita, heterogéneo, muy europeo, incluso mediterráneo, con muchas de las calles de barrios como Palermo o Belgrano ocultas por altos y frondosos plátanos que nos recordaban al Midi francés: un túnel de verdor que ocultaba las fachadas de los edificios, ahora tan dispares.



Porque en Palermo, en la zona que se conoce como Palermo Hollywood, muchas de las viviendas unifamiliares de principios de siglo, cuando empezó a urbanizarse el barrio con familias burguesas que cambiaban San Telmo por zonas más ventiladas y saludables, respetaron el estilo arquitectónico de su antiguo Barrio: viviendas de planta y piso, enormes ventanales a la calle, fachadas decoradas con medallones y guirnaldas y dos puertas gemelas a modo de puertas geminadas, una de ellas da uso a la vivienda principal con fachada a la calle y la otra da entrada a un pasillo que conduce a las viviendas posteriores que dan al interior de las manzanas, allí llamadas “cuadras”, término que sirve como referencia de la distancia a recorrer entre uno y otro punto.





Esas antiguas viviendas tan características de este barrio o del barrio de Belgrano, al norte de Palermo, están desapareciendo como consecuencia de la especulación urbanística. Así tiene el barrio una alternancia de alturas y de estilos: buenos edificios modernos de varias alturas que conviven con las viviendas unifamiliares que forman obligatoriamente un chaflán en las esquinas, espacios que son aprovechados para agradables terrazas de bares, cafeterías o restaurantes.




Sobre todo en la zona que se conoce como Palermo Soho (o también Palermo Viejo) llena de coquetos establecimientos con encanto, tanto comercios como bares, restaurantes o cafeterías decorados con buen gusto, con muebles y objetos que parecen sacados del desván de la abuela y que encontraron un lugar para lucir, pequeños y acogedores patios llenos de vegetación al fondo, tiendas modernas de ropa o de diseño, galerías y librerías, sobre todo en los alrededores de la Plaza de Julio Cortázar, en una zona en donde se mantiene aún la vieja arquitectura.



Palermo Soho es sin duda la parte más animada no sólo de Palermo, sino también de todo Buenos Aires. Por allí queda todo el mundo para cenar, tomar una copa, sentarse en una terraza, cualquier día y hasta altas horas de la noche porque se cena tarde y la “movida” empieza aún más tarde en Buenos Aires que en España. Hay bares que improvisan un pequeño asado en la acera y pequeños restaurantes para todos los gustos y presupuestos. Muchos de ellos en el entorno de la Plaza de Cortázar en donde los domingos se instala un mercadillo de artesanía que le da aún más colorido a la zona.



En este barrio heterogéneo aparece en ocasiones una callecita transversal (que llaman “pasaje”) corta y estrecha, adoquinada, con arbolitos y modestas fachadas de una planta, más propias de un pueblo que de una capital de doce millones de habitantes, como el pasaje Molière en Palermo Hollywood, entre las calles Arévalo y Ravignani, una isla de tranquilidad que podría estar en Andalucía o en Cartagena de Indias, con sus coloridas fachadas de una sola planta y sus aceras estrechas con naranjos.



O el pasaje Russell en Palermo Soho, que desemboca en una encantadora librería, “Libros del Pasaje”, una de tantas porque Buenos Aires es el paraíso de las librerías (ya hemos dedicado una entrada a las librerías de Buenos Aires, ¿tanto se lee en Argentina?) en donde además de libros hay espacios para el relax, para tomar algo mientras ojeas un libro que te interesa y que al final acabas comprando o no.



Otro ejemplo es la inmensa y original librería El Ateneo en la Avda. Santa Fe nº 1860 de Barrio Norte que ocupa todo el espacio de un antiguo teatro y en donde uno puede perderse entre miles de libros distribuidos por los diferentes espacios o descansar en alguno de los espacios relax, si se tiene la suerte de encontrar un sitio libre, claro.



Esta librería es única, pero librerías interesantes hay muchas más y librerías curiosas también. Como La Calesita en el entresuelo del 769 de la Avda. De Mayo, una librería de viejo, o más bien de compra-venta de libros usados y antiguos, partituras, discos y postales antiguos y, lo más sorprendente, una colección de juguetes y muñecas de porcelana antiguos que no están a la venta. Al pequeño local se accede por el hall de entrada de un espléndido edificio art-nouveau al que merece la pena echar un vistazo. Su responsable, un señor encantador, culto y conversador (como tantos de sus compatriotas) nos contó que el edificio había sido concebido como hotel para alojar a Isabel II en visita a Buenos Aires. Al final a la Reina no le gustó y se fue al Hotel Majestic, en la misma avenida, en el que Su Majestad ya se había alojado en otras ocasiones. A pesar del desplante real, o precisamente por ello, La Calesita es un rincón de Buenos Aires ineludible.

Esto es lo que le da interés a la ciudad, la variedad, la diversidad, el contraste, la heterogeneidad, los decorados de los comercios, bares o restaurantes. Es todo lo contrario de un escenario de “cartón piedra”, hay vida, hay gente amable, comunicativa, extrovertida, con verdadero interés por nuestro país del que quieren conocer cosas, por simple curiosidad o por tener ascendencia española, como ocurre en muchos de los casos, o por haber vivido en España y regresado a causa de la crisis.


También hay suciedad -las calles podrían estar más limpias- y a veces huele a caca de perro porque hay montones de perros y no siempre se recogen los excrementos. Por algunos barrios elegantes como Palermo Chico, o en la zona de los parques de Palermo, se ven paseadores de perros rodeados de una auténtica jauría que controlan a pesar de todo, pero que no sé si se paran a recoger lo que van dejando acá y allá. Claro que no son solamente los “paseadores” los que desatienden esa medida higiénica, y es una lástima porque hay que caminar con cuidado para evitar lo que no se quiere pisar.



En la misma zona de Barrio Norte en donde se encuentra la Librería Ateneo hay un edificio emblemático que merece una vista: el “Palacio de aguas corrientes“, en Córdoba nº 1950. El espectacular exterior fue construido a finales de siglo XIX para camuflar los tanques de agua que abastecían a una ciudad en constante crecimiento.



Al parecer los vecinos consideraban que la estructura de vigas de hierro no encajaba con este barrio elegante ni con el barrio de Retiro, también en sus inmediaciones. Y para que hubiera una armonía que no disgustase a los ojos de las clases adineradas que habían decidido alojarse por la zona, se ideó componer una fachada exterior que recubriese enteramente el interior y diese hacia fuera una imagen de edificio palaciego. Así es como se trajeron desde Inglaterra 300.000 piezas de terracota esmaltada, perfectamente numeradas que irían cubriendo poco a poco la fachada hasta conseguir el resultado que podemos contemplar hoy.



Además existe la posibilidad de acudir a una visita guiada en donde, además de ver las tripas del edificio y de escuchar la historia del mismo y del complejo funcionamiento de la traída de aguas en Buenos Aires, se pueden ver curiosidades como mobiliario de época, grifos, contadores, lavabos, bidets o la sorprendente colección de tazas de wáteres, todos diferentes.



Otro de los barrios que descubrimos esta vez fue Belgrano, al norte de Palermo (hoy un importante barrio de Buenos Aires de clase media-alta, después de haber sido un pueblo cercano a Buenos Aires y más tarde una ciudad que llegó incluso a ser capital federal), en donde alternan los modernos edificios con las viviendas originales, muchas de ellas de importante porte, algunas destinadas ahora a embajadas, instituciones, colegios privados u otros usos.






En algunas de las calles ya no hay apenas casitas bajas pero tuvieron el acierto de conservar los viejos árboles que trepan hasta los pisos altos y arrancan sin miramiento las baldosas de las aceras. En algunas de esas calles, al igual que en Palermo, hay enormes plátanos, pero en otras hay viejas jacarandas que tiñen el barrio de lila cuando llega la primavera. No tuvimos la suerte de verlo, la primavera ya había quedado atrás y sólo pervivía algún que otro racimo azulado resistiéndose a morir.

Es una zona residencial moderna, con buenos edificios que conviven con antiguas residencias unifamiliares de lo más variopinto, con una arquitectura totalmente ecléctica, por lo que parece según el gusto y criterio del dueño. En la calle 3 de Febrero, por ejemplo, hay un conjunto de casitas de estilo normando, pero un poco más allá podemos ver una residencia de estilo racionalista, otra clasicista, más allá otra de estilo francés, otras son semejantes a las que encontramos en Palermo o en San Telmo, pero a todas les deben de quedar pocos años de vida porque la especulación acabará con ellas más pronto o más tarde.







Ese mismo día en el que habíamos ido caminando desde el domicilio de nuestra hija hasta Belgrano, descubrimos en la calle Ciudad de la Paz, 561 (todavía en el barrio de Colegiales, pegado a Belgrano) un edificio singular en otro pasaje, el Pasaje General Paz. Construido en 1925 por el arquitecto Pedro A. Vinent, presenta en la fachada un alto arco que da entrada a dos bloques gemelos separados por un callejón ajardinado con viviendas laterales y balcones con balaustrada tipo corrala.

Es uno de los edificios más cinematográficos y originales de Buenos Aires, escenario de muchos rodajes. Estos edificios conocidos en su época como “viviendas colectivas” o “pasajes residenciales” siguen conservando hoy el ambiente de principios del siglo XX como una versión elegante de los humildes “conventillos” con todos los apartamentos dando al patio interior, lo que favorece el conocimiento y la comunicación entre los vecinos, tan alejado de las costumbres actuales. Además, uno de los bajos está ocupado por el original restaurante Pipi-Cucu frecuentado fundamentalmente por gente joven y moderna con una atractiva oferta gastronómica de cocina de autor.


Nuestro callejear continuó por la tarde, después de comer en Le Pain Quotidien, la cadena belga que está teniendo mucho éxito fuera de sus fronteras. En Buenos Aires vimos varios, todos en su estilo “décontracté y convivial”, con sus ensaladas, platos ligeros y postres caseros. Se encontraba ya cerca de la plaza principal del antiguo pueblo de Belgrano, en una calle con muchos restaurantes. En la plaza de grandes dimensiones (como muchas en Buenos Aires) hay también un mercado de artesanía y en los laterales dos edificios de interés muy distintos entre sí: la Iglesia de la Inmaculada Concepción, con fachada en el más puro estilo neoclásico y el Museo de Arte español, de fachada blanca en estilo colonial con uno de los mayores jardines de la ciudad.



Continuamos nuestro paseo por otras de las muchas calles que destacan en la zona más residencial del barrio, conocida como Belgrano R en donde se instalaron trabajadores ingleses que habían venido para la construcción de los ferrocarriles que dejaron su impronta, lo que explica muchas de las características arquitectónicas de las viviendas: calles Maure, 3 de febrero, Melián, de suntuosas casas con estilos arquitectónicos diversos y frondosa vegetación que se entrelaza en el cielo tamizando la luz del sol, la calle Juramento y sus característicos adoquines, con el Palacio Hirsch y la Plaza Castelli en donde se encuentra el Centro Cultural que tiene una cafetería en un patio soleado lleno de verdor para hacer un alto en el camino.




A Recoleta volvimos varias veces por varias razones: nuestra hija trabaja en ese barrio y a veces quedábamos con ella y además muchos de los museos están también por allí. En nuestras visitas anteriores ya habíamos estado recorriendo el conocido cementerio del mismo nombre en la Plaza del Intendente Alvear (conocida como Plaza Francia). Regresamos allí para comer con nuestra hija cerca de su oficina, en el minúsculo restaurante italiano Moca, con plato del día rico y a precio económico, en la calle Callao 2034, interesante en una de las zonas más caras de la ciudad. Mientras la esperábamos volvimos a visitar la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, sencilla y blanca, de estilo colonial, una de las más antiguas de Buenos Aires. Perteneció al convento de los Franciscanos Recoletos -que acabó dando nombre al barrio-. Inaugurada en 1732 es el segundo templo más antiguo de la ciudad y el que mejor conserva el estilo colonial barroco original.


Se puede visitar una exposición de objetos religiosos en lo que llaman “los claustros” y que son en realidad parte de las antiguas dependencias del convento. Lo que era en realidad el claustro del convento de los Franciscanos son hoy las dependencias de lo que se llama el Centro Cultural Recoleta, un lugar de exposiciones y actividades. Se pueden visitar los tres patios de viejos muros encalados, blancos, austeros, con pequeñas ventanas enrejadas, suelo empedrado y viejos naranjos en un clima de reposo y silencio. Me sorprendió la cercanía con nuestros conventos, misma arquitectura, mismo recogimiento. Todo el conjunto es uno de los edificios más antiguos de la ciudad y desde las ventanas del monasterio contiguo a la iglesia, lo que llaman los “claustros”, se tiene una bonita perspectiva del cementerio de La Recoleta y sus enormes mausoleos.




Uno de los más visitados es el de Eva Perón que tiene además su propio museo en Lafinur, 2899 en el barrio de Palermo. No sé si el museo merece la pena porque no aporta demasiado, depende de los intereses de cada cual, pero lo que sí merece la pena es el edificio y el restaurante, agradabilísimo, sobre todo en el patio, bajo los árboles, y con buena restauración.



Mucho más interesante es el Museo de Bellas Artes, en la Avda. Libertador 1473, una de las mayores colecciones de arte argentino y una buena colección de arte europeo, en donde en aquel momento había además una exposición sobre el Greco.


Merece la pena ver igualmente el Museo de las Artes Decorativas ubicado en el 1902 de la misma avenida, en una imponente residencia inspirada en las mansiones de la nobleza europea del s. XIX y que perteneció a una de las familias más importantes de la primera mitad del siglo XX en Buenos Aires, los Errazuri-Alvear. Aquí también, como en el Museo de Evita, se puede comer muy agradablemente en el jardín de la antigua mansión.



Toda esa zona de la Avda. del Libertador, seguramente la avenida más larga de la capital puesto que empieza en el barrio de Retiro y acaba 35k. más allá, en Tigre, es de visita imprescindible. Sobre todo la zona conocida como los Bosques de Palermo, un extensísimo pulmón verde de jardines y parques, estanques, jardín botánico, zoo, arbolado, rosaleda, lugar de expansión de los bonaerenses en sus días de asueto, quizás no precisamente los residentes en las elegantes viviendas situadas frente a los parques, que seguramente dispondrán además de segundas residencias, aunque sí frecuentarán los campos de tenis y de golf que también se encuentran por allí.




Y tampoco hay que dejar de pasear por la Avda. Figueroa Alcorta en donde se puede empezar viendo la escultura Floralis Genérica del escultor Eduardo Catalano, inaugurada en 2002, una flor metálica cuyos pétalos se cierran totalmente por la noche para volver a abrirse a la mañana siguiente (ahora en proceso de restauración). Si continuamos después por la avenida hasta el MALBA, en el nº 3415, tenemos otra dimensión de la ciudad: un Buenos Aires moderno, dinámico, con zonas que podrían estar en la Castellana o en cualquier otra zona elegante de Madrid.

En el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de BA), aparte de las colecciones permanentes del museo, tuvimos ocasión de ver y descubrir a Antonio Berni, uno de los pintores más originales de Argentina del pasado siglo. Creó dos personajes: Juanito Laguna y Ramona Montiel, reflejo de los niños de las “villas miseria” y, a través de sus cuadros en donde mezcla y superpone todo tipo de materiales, va llevando a cabo una especie de “historieta” plástica que convirtió a sus creaciones en personajes populares con vida propia conocidos de casi todo el mundo. Personajes que tenían una historia, una familia, crecían, cambiaban de vida… Todo desde la mirada lúcida y el compromiso social (nos extendemos más sobre ello en el post Antonio Berni en el MALBA).



También en Recoleta, en Agüero 2502, y al lado de la Avda. de Libertador se encuentra la Biblioteca Nacional, un edificio moderno, sin demasiado interés a no ser por ocupar la antigua residencia de Perón y Eva Duarte, un palacete de estilo francés que fue demolido para construir el actual edificio bastante más feo, seguramente con la intención de borrar las huellas del pasado. Hay sin embargo en los jardines que fueron los de la finca presidencial, un grupo escultórico que los representa a ambos sentados en un banco, testigos del paso del tiempo.


Merece la pena pasear por este barrio de Buenos Aires donde se encuentra la Plaza Mitre y algunas de las calles más elegantes de la ciudad, con residencias de estilo parisino situadas en una colina con bonitas vistas sobre la Avda. del Libertador.



Otra de las calles del barrio que merece la pena recorrer es la Avda. Alvear, donde se encuentra el Hotel Alvear, uno de los más emblemáticos de la ciudad, que acaba en la calle Arroyo, ya en el barrio de Retiro, posiblemente la calle más bonita de esta capital, tranquila, también de atmósfera parisina, llena de tiendas de antigüedades y galerías de arte. A los jóvenes les gustará conocer que se encuentra en esa calle uno de los bares de moda más originales de Buenos Aires: La Florería. Durante el día es una floristería y durante la noche, a través de una puerta de un enorme frigorífico se accede al piso inferior transformado en bar de copas. Originalidades como ésta hay muchas más pero, como las modas cambian, se necesita vivir allí para estar al tanto.

Nosotros mientras tanto ya estábamos preparando nuestra segunda escapada, esta vez a la playa.

Siguiente etapa: Cariló