Cariló

Nos quedaba aún una estancia de relax en la playa con nuestras hijas y fue así como tuvimos la ocasión de conocer Cariló, a unos 350 km. al sur de Buenos Aires y unos 50 km. al norte de Mar del Plata, la antigua estación balnearia hoy desplazada por nuevos lugares de veraneo más a la moda como Cariló, Ostende, Pinamar o Mar de las Pampas.




Habíamos alquilado un coche para hacer el viaje desde Buenos Aires, pero tuvimos la mala fortuna de hacer coincidir nuestra fecha de entrada no sólo con con sábado, sino además con cambio de quincena en temporada alta y con víspera de puente de carnaval. Todo un cóctel. Como no podía ser de otra manera el tráfico fue abundante desde que salimos de Buenos Aires, pero cien km. más allá ya empezaron las retenciones que fueron aumentando hasta la parálisis total provocada además por la reducción de los dos carriles de la autopista a uno solo, al parecer por problemas en un viaducto. Como consecuencia, las cuatro horas que hubiéramos debido invertir en recorrer los 350km. se convirtieron en catorce. Además, hasta poco tiempo antes de que se resolviese el tapón, no tuvimos ningún tipo de información sobre lo que estaba pasando, sin alternativas, atrapados con los demás vehículos sin saber cómo y cuándo se resolvería aquello. Y por fin, sobre las 24 h. llegamos a nuestro destino, difícil de encontrar en la oscuridad de la noche.




Esta zona costera del Océano Atlántico son kilómetros y kilómetros de playa y dunas frente a un mar bravo de aguas oscuras un tanto marronáceas. La temperatura del agua -más caliente que la de nuestro Cantábrico en verano- invitaba al baño pero no así las olas altas y envolventes ni la bandera, nunca verde. Supongo que será el paraíso de los surfistas, parapentistas y amantes en general de deportes náuticos favorecidos por el viento.





Para los terrestres, aparte de los paseos por la playa de arena clara y compacta, hacía furor el alquiler de quads para desplazarse por los médanos e imaginar cómo serían estos lugares antes del segundo cuarto del siglo XX, cuando era puro desierto, todavía un territorio virgen de arenas irreductibles movidas por los vientos, médanos y dunas que penetraban kilómetros tierra adentro, despobladas y estériles, propiedad de los herederos de Felicitas Guerrero, que a su vez las había heredado de su marido, un terrateniente inmensamente rico.






Ya dedicamos una entrada de este blog a explicar la epopeya que supuso el dominio de los médanos. Todo empezó con el Hotel Ostende, capricho de unos belgas que, encontrando que aquellos lugares propiedad de los Guerrero les recordaban a la ciudad-balneario de Ostende en el Mar del Norte, quisieron crear en medio de la nada un balneario semejante, aunque para ello hubiera que luchar con todas sus fuerzas contra la naturaleza. Consiguieron levantar el Hotel de Ostende que sigue existiendo y en donde se puede hacer una visita guiada por los lugares míticos en los que los clientes no podían saber si podrían entrar o salir por la puerta o se verían obligados a entrar o salir por las ventanas del primer piso cuando la arena había cegado la planta baja. Todo debía de tener su emoción.


Sin embargo hasta que no se consiguió retener la arena por medio de arbolado, fundamentalmente pinos (que por otra parte ya se había hecho en las Landas francesas a finales del XIX), no se pudo consolidar la urbanización porque los ilusionados pioneros que compraron parcelas para edificar su segunda residencia tuvieron que acabar abandonándola: la arena fue más fuerte y acabó ocultando las casas una tras otra.

El segundo intento de domesticación fue unos 25 km. al sur de Ostende, en lo que se conoce como Villa Gesell. Allí un testarudo argentino de origen alemán consiguió también vencer las difíciles condiciones del terreno con paciencia y tesón. Hoy sigue en pie -y se visita- su primera casa -la casa de las cuatro puertas- sobre un alto médano que dominaba hasta el mar construida ya con cuatro puertas para tener asegurada la entrada y la salida, según la dirección del viento, y que, gracias a las plantaciones vegetales, que consiguieron vencer al viento, sería el germen de lo que llegaría a ser Villa Gesell.



Los Guerrero, que habían ido desprendiéndose de aquellos terrenos, conservaron para la familia una enorme finca que consiguieron forestar tranquilamente, sin prisas y con mucho dinero.




Esta propiedad -Cariló- fue una finca privada hasta la década de los setenta cuando la familia decide vender parcelas a particulares surgiendo así un nuevo y original balneario de estrictas normas: respeto absoluto de la naturaleza, prohibición de talar árboles más que los estrictamente indispensables para la construcción de la vivienda que no podrá quedar oculta tras una valla o un cierre, con lo cual el conjunto de la urbanización, con campo de golf, tenis, calles de arena, sin farolas, y la vista de los jardines acondicionados con buen gusto, irregulares por los árboles y los médanos ahora cubiertos por el césped, forman un conjunto precioso.





Habíamos alquilado lo que allí llaman “cabañas”, en realidad un bungalow para cuatro personas en “Cariló Cottage” en torno a un jardín con piscina y jacuzzi climatizados. Todo muy agradable, atendido por gente amable, en un lugar muy tranquilo a pesar de estar sólo a dos cuadras (como dicen ellos) del Centro Comercial, adonde íbamos a hacer alguna compra, tomar algo o cenar en cualquiera de los restaurantes, todos ellos caros en relación con los precios de Buenos Aires. También el Centro Comercial está cuidadísimo, con pequeños edificios de madera pintados de distintos colores, una gran oferta de tiendas de ropa, cafeterías y sobre todo restaurantes. Pero ninguna discoteca, es un lugar de descanso más bien para personas con niños o personas que buscan la tranquilidad. Los jóvenes creo que se aburrirían quizás un poco.




Además en Cariló es imprescindible alquilar un coche para poder desplazarse y visitar los alrededores: Ostende, Pinamar, Villa Gesell o Mar de las Pampas parecido a Cariló, incluso más auténtico y con un ambiente más joven y más desenfadado.




Pero incluso dentro de Cariló las distancias pueden ser grandes, o sea que un coche es necesario. Lo ideal es un 4x4. Nosotros no lo habíamos hecho así y el par de días en que llovió (el clima parece bastante irregular, desde luego no hace mucho calor) las calles de arena se vuelven problemáticas para un coche normal.




La semana pasó pronto pero nos dejó una bonita experiencia, nos permitió pasar unos días de auténtico relax: paseos, playa, piscina, y descubrir un lugar interesante fuera de lo común.





A la vuelta aún nos quedaron unos días en Buenos Aires para ir despidiéndonos poco a poco de la ciudad, saboreándola, haciendo una vida relajada, tranquila y sin prisas. Para celebrar este reencuentro de los cuatro que llegaba a su fin, fuimos a un restaurante del barrio, El Paraje de Arévalo, en Arévalo esquina Gorriti. Es un restaurante caro, de cocina de autor, con un único menú degustación de muchos platos, algunos mejores que otros por lo que el precio nos pareció un poco excesivo. Nosotros regresábamos ya y nuestra otra hija un poco más tarde, así que esa fue nuestra despedida, contentos y al mismo tiempo algo tristes de volver a separarnos y volver a reencontrarnos con la realidad que habíamos dejado en España.


Y como siempre al final montones de recuerdos, de imágenes, de experiencias. Felices de haber estado juntos y satisfechos de haber conocido un poco más de ese país tan creativo y tan variado. Lástima que las distancias sean tan enormes. Aunque eso será siempre una disculpa para volver y seguir conociendo un poco más.