París nuevamente


Esta vez como motivo de un encuentro familiar. Una ciudad que conocemos bien pero que se deja  rememorar y redescubrir con gusto. Sobre todo si el tiempo acompaña como en esta ocasión. Hay quien dice que una ciudad se empieza a conocer de verdad cuando ya se ha visto todo lo esencial. Ese es nuestro caso: las estancias en París durante más o menos tiempo nos dieron la ocasión de visitar sus lugares emblemáticos y/o turísticos: Tour Eiffel, Louvre, Etoile, Quay d’Orsay, Halles, Beaubourg, Sacré Coeur, Place de la Concorde, Tuilleries, Champs Elysées, Invalides, Notre-Dame, Châtelet, Place Vendôme, y un largo etc. según los intereses de cada cual. Por esa razón, esta vez nuestras visitas fueron guiadas por el gusto de callejear, recordar, descubrir o redescubrir. Este es un breve relato de nuestra estancia en septiembre de 2013.

Habíamos cogido una oferta de Vueling para un vuelo directo Asturias-París de lunes a lunes, así que allí estuvimos una semana completa en un apartamento en el barrio de Montparnasse, al lado de la Tour Montparnasse, alquilado a través de LODGIS.

El barrio (distrito XIV), al sur  del propiamente Quartier Latin, lo conocíamos de hace tiempo. Su centro neurálgico es el Boulevard Montparnasse con sus cafetones “míticos” como “La Rotonde”, en la esquina del Boulevard Montparnasse y el Bd. Raspail y que fue lugar de encuentro de los exiliados españoles durante la dictadura de Primo de Rivera. Allí acudían Unamuno, Ortega y Blasco Ibáñez, entre otros. Pero también destacados anarquistas que, a la espera de la revolución, recalaban algunas veces para encontrarse con los intelectuales o para reuniones semiclandestinas, como bien se refleja en la novela de Pablo Martín Sánchez “El anarquista que se llamaba como yo”.

Casi enfrente de “La Rotonde”, en el mismo Bd. Montparnasse, se encuentra otro de los lugares que vive de su pasado glorioso: “La Coupole”. Durante muchos años desfilaron por sus salones del más puro Art Déco toda la intelectualidad francesa, desde Sartre hasta Mitterrand, pasando por Aragon, Léger o Picasso. Es una parte de la historia de la ciudad, tal como se indica en el texto explicativo que figura al inicio de la carta del restaurante y que termina con la frase: “(À la Coupole) vous entrez dans l’histoire”. Lleno hasta los topes, imposible reservar porque sólo reservan unas pocas mesas, te hacen esperar durante una hora para una comida que no es nada especial. Lo interesante es el local y respirar la atmósfera.


Y en el mismo bulevar, en el 171 del Bd. Montparnasse se encuentra “La Closerie des Lilas” el más antiguo de todos los cafetones de Montparnasse, lugar de encuentro de hombres de le letras como Verlaine o pintores como Picasso, por poner dos ejemplos representativos.

Pero un aspecto que desconocíamos del barrio es la cantidad de teatros y salas de espectáculos que hay en una de sus calles (la rue de la Gaîté) entre ellos la célebre sala “Bobino”, que, juntamente con “l’Olympia”, eran los lugares en donde se consagran en París los cantantes, tanto franceses como extranjeros. Y, si antes o después del espectáculo, se quiere comer una buena crêpe, es aquí a donde hay que venir. Curiosamente en la rue Montparnasse, una calle estrecha y corta que sale del mismo Bd. Montparnasse, hay más crêperies juntas  que en cualquier lugar de Bretaña y con enorme éxito de clientes. Imposible encontrar mesa fuera y no digamos ya en la que parece ser la más famosa, “Josselin”, en donde había cola para cenar. En todo caso, en cualquiera de ellas una crêpe salada acompañada de sidra bretona y otra dulce como postre, son una buena opción, y además  económica, en esta ciudad que no deja de sorprender por su carestía.

Desde el Bd. de Montparnasse, siguiendo l’av. de l’Observatoire, hay un agradable paseo hasta el parque de Luxembourg, en pleno corazón del Quartier Latin, atravesando una zona residencial con buenos edificios de bonitas fachadas estilo haussmaniano y una zona universitaria, pues la Sorbonne se encuentra en realidad ya muy cerca, justo al otro lado del Bd. Saint-Michel, que se inicia en una de las esquinas del parque.


El parque, uno de los más conocidos de París, es en realidad el jardín del Senado, abierto al público en determinadas horas, y tiene como centro de atracción un estanque en donde se pueden alquilar pequeños veleros de madera para moverlos con una pértiga a lo largo de los bordes. Parece que la actividad tiene éxito porque había muchos barquitos en el estanque. Allí siguen también a su alrededor las sillas metálicas por las antes había que pagar si uno quería descansar un rato. Ahora nos pareció que ya no eran de pago, pero la verdad es que no intentamos sentarnos. Nuestra intención era llegar hasta Saint-Michel y volver a respirar la atmósfera del corazón de Barrio Latino. Pero, decepción!, Saint-Michel no se parece en nada a lo que era en nuestros años jóvenes. Ya habíamos tenido esta sensación hace años cuando vimos que la animación se había trasladado a las callejuelas paralelas al bulevar, y los jóvenes habían emigrado a la zona Les Halles-Beaubourg (como se conoce al Centro Pompidou). Pero ahora es una auténtica desolación: bares de comida rápida y tiendas de ropa barata. Desaparecieron los cafés y sus características terrazas parisinas de minúsculas mesas redondas y sillas trenzadas, todas orientadas con vistas a la acera para ver el espectáculo cosmopolita de la calle. Ahora es una sosura, salvo en la zona de la fuente, ya al lado del Sena, el resto está muerto.

Fue muy agradable, sin embargo el paseo del primer día, que comenzamos en el Boulevard Saint-Germain que, junto con Saint-Michel son los dos grandes bulevares del Barrio Latino. Este barrio de Saint-Germain-des-Prés se convirtió al final de la segunda guerra mundial en uno de los lugares más destacados de la vida intelectual y cultural parisina. Filósofos, escritores, actores y músicos se mezclaban en las “brasseries” y en los locales nocturnos. Pero en Saint-Germain no hay que olvidar entrar a la iglesia del mismo nombre que se encuentra justo enfrente del café “Aux deux magots”, otro de los cafés literarios de París, junto con el “Café de Flore”, también en Saint-Germain (Sartre y Simone de Beauvoir tenían allí su mesa reservada) y muy cerca de la “Brasserie Lipp”, otro lugar mítico para los mitómanos. La iglesia de Saint-Germain-des-Près fue la más antigua abadía benedictina de París. Iniciada en el siglo VI fue reconstruida numerosas veces, de ahí su amalgama de estilos. En el interior se alternan arcos románicos, columnas de mármol del siglo VI y bóveda gótica. Todas sus paredes están decoradas con frescos de colores oscuros.  Vale la pena ver el conjunto.


Desde allí caminamos por el barrio, lugar de residencia de la aristocracia francesa de rancio abolengo en el siglo XIX, para llegar hasta el arco frente al Pont des Arts, que aparece en “Rayuela” de Cortázar. Nuestro pase por los muelles del Sena, primero desde el Quai de Conti, frente al Louvre, lleno de anticuarios y galerías de arte hacia el lado de Saint-Germain y de bouquinistas al otro lado, nos hizo reencontrarnos con el París de siempre: elegante y bohemio al mismo tiempo. El día, además, soleado y despejado, ofrecía un panorama espectacular desde el Pont des Arts (ahora  materialmente cubierto por esa moda de los candados de los enamorados) desde donde se contempla, hacia un lado la isla de la Cité, como un barco en el Sena, y, hacia el otro, el río con sus “bateaux-mouches” y sus “péniches” (casi todas convertidas en viviendas), y sobre el Sena los puentes que unen las dos riberas, cada uno diferente del otro.




Paseamos, naturalmente, por la Cité, siempre animada y llena de gente. Llegamos hasta Notre-Dame, majestuosa y espléndida con su fachada inmaculada y resplandeciente recortándose en el azul del cielo. Desgraciadamente, en este momento la plaza de la catedral está  en obras lo que impide una buena perspectiva. Continuamos hasta l’île Saint-Louis, unida a la Cité por un pequeño puente. Hay una vista preciosa de Notre-Dame, desde un extremo de Saint-Louis, bajando hacia el muelle, con el Sena por el medio, mientras  la arquitectura gótica de la parte posterior de la Catedral mira hacia nosotros. Un poco más allá, en el mismo muelle un grupo de jóvenes disfrutaban del día haciendo picnic justo al lado del agua. Los jóvenes y no tan jóvenes aprovechan el buen tiempo tomando el sol en cualquier lugar que se preste, bordes del Sena o jardines públicos, como vimos en la Place des Vosges ocupados todos sus espacios verdes por gentes que escuchaban música, leían, charlaban o simplemente descansaban.



La isla de Saint-Louis ya no tiene el carácter tranquilo de antes, casi provincial debido a su aislamiento. Ahora se convirtió en un sitio de moda caro, con una calle central llena de pequeños  comercios de diseño, restaurantes y galerías.
Desde allí caminamos hasta el Marais, barrio judío por excelencia no sólo de París sino de toda Europa. Estremece ver en las escuelas de los distintos barrios de París las placas conmemorativas de las deportaciones de niños judíos llevadas a cabo entre 1942 y 1944, más de 6.000 “víctimas inocentes de la barbarie nazi, con la complicidad del gobierno de Vichy”. Terrible.

En le Marais se encuentra la Place des Vosges, la más antigua de París. Fue construida a principios del siglo XVII en época de Henri IV. Llamada antes Place Royale por haber sido residencia real y de la corte, es quizás la más bonita de París, juntamente con la Place Vendôme. Esta última, sin embargo, mucho más elitista, rodeada de lujosísimas joyerías y de superlojusísimos hoteles. Hoy en día la Place de Vosges es más popular, bulliciosa, llena de jóvenes, de mamás y papás con niños, parisinos y turistas que descansan un rato dentro de sus muros de ladrillo rojo.


Allí volvimos otra vez porque queríamos ver la casa museo de Victor Hugo, uno de tantos ilustres personajes que vivieron en este recinto. La visita -gratuita- permite descubrir el interior de las viviendas de la plaza. Victor Hugo vivió en el nº 6 entre 1832 y 1848, tres años antes de exiliarse a Bruselas como protesta por el golpe de estado de Napoleón III. Su apartamento, de unos doscientos metros cuadrados en el segundo piso, muestra la vida del personaje y los momentos por los que atravesó: antes, durante y después del exilio. No es exactamente la vivienda que él habitó: la distribución es otra, y los muebles, cuadros, esculturas, objetos diversos, aunque sí pertenecieron al escritor en diferentes momentos de su vida, no se encontraban físicamente en la Place de Vosges. Pero eso importa poco. La esencial es recorrer su trayectoria humana, política y literaria.


En el barrio hay muchos más palacetes para visitar, como el interesante Museo de la Ville de Paris, en el llamado Musée Carnavalet (23 rue Mme. de Sévignet) o el Hôtel de Sully (en el 62, rue de Saint-Antoine) un impresionante palacio del siglo XVII con fachada de piedra hacia esta calle y de ladrillo rojo en la fachada que da a la Place des Vosges. Pero no sólo palacetes, es también un barrio muy animado, lleno de galerías de arte y de pequeñas tiendas, muchas de ellas con productos judíos y un  ambiente gay que podría recordar al Chueca madrileño.



Después del Museo de Victor Hugo fuimos a comer a un bistrot cerca de la Place des Vosges recomendado por El País en unas páginas sobre la ciudad. Se llama Chez Janou y pretende recrear la atmósfera de un café provenzal con su terraza en esquina frente a una pequeña plaza, manteles a cuadros, una enorme colección de marcas de Pastis (la bebida por excelencia del sur de Francia, especie de concentrado de anís que se mezcla con agua), decoración retro en el interior y una buena relación calidad-precio.


Otro de los días pensamos visitar un museo de París que desconocíamos: el Musée Marmottan, dedicado a Monet. Cogimos el metro hasta la estación La Muette pero cuando llegamos al museo nos encontramos con la desagradable sorpresa de que estaba cerrado por unos días para instalar una exposición temporal, sin que lo indicasen en Internet. Decepcionados y lejos del centro, decidimos ir caminando hasta Bois de Boulogne, cerca de allí. Paseando nos acercamos hasta el estanque en el que hay, al igual que en el Bois de la Cambre de Bruselas, una pequeña isla artificial con un auténtico chalet suizo que hace de cafetería y restaurante. Y al igual que en Bruselas para ir a la cafetería de la isla hay que pagar 2€ (en Bruselas creo que era 1€) para que un trasbordador que tarda medio minuto te lleve hasta allí. Naturalmente no fuimos.


El Bois es el pulmón de París en su lado oeste, la zona más elegante de París. Nos cruzamos con mucha gente corriendo o haciendo ejercicio en un bonito paisaje ya otoñal pero con muy buena temperatura. Fuimos dejando el bosque atrás hasta encontrarnos con la Porte Dauphine al inicio de la avenida Foch. La estructura de la estación de metro Porte Dauphine, diseñada en 1900 Hector Guimard en el más puro Art Nouveau, tiene la particularidad de conservar el mayor número de elementos originales modernistas de todas las estaciones Art Nouveau de París: bóveda acristalada, estructura en metal en forma de raqueta y decoración original con ladrillos barnizados de color crema.


Pero además un paseo por l’avenue Foch también merece la pena. L’av. Foch, abierta a mediados del XIX para unir el arco de Triunfo con el Bois de Boulogne siguiendo la línea de los Campos Elíseos, es, con 120 metros, la avenida más ancha de París. Entre las dos hileras de lujosos edificios con sus parterres particulares, sus verjas de hierro forjado y sus cámaras se seguridad, hay jardines en donde se mantiene una zona sin asfaltar para permitir alcanzar el bosque a caballo. En época de Marcel Proust,  esta calle se llamaba l’avenue du Bois y allí se mudaron las familias elegantes de París, para lucirse en sus coches de caballos mientras se dirigían a sus paseos por el bosque. Allí sitúa Proust en “A la búsqueda del tiempo perdido” la última vivienda de Swann y Odette, con sus espléndidos salones dando hacia el jardín.



Ese día continuamos bajando los Campos Elíseos,  desviándonos en l’av. Montaigne, donde están las casas centrales de las grandes boutiques parisinas o no, para acercarnos hasta Le Grand Palais y Le Petit Palais. Ambos edificios fueron construidos para la Exposición Universal de París de 1900, uno frente al otro y ambos dentro de un estilo academicista, con profusa decoración. Nunca habíamos entrado en ninguno de ellos. En Le Grand Palais hay actualmente una exposición de Braque. Nos acercamos dispuestos a verla, pero había que hacer cola durante una hora aproximadamente. Estábamos cansados después de la caminata. Así que nos dirigimos al Petit Palais para ver el edificio por dentro con sus jardines interiores además de su interesante y variada exposición permanente (visita gratuita).




Otra de las visitas que teníamos pendientes y que por fin esta vez llevamos a cabo fue  acercarnos hasta el cementerio más importante de Paris: el cementerio de Père Lachaise, situado en el distrito XI. Más que un cementerio es un enorme parque de arboladas avenidas y lugares románticos en donde alternan importantes panteones con hileras de tumbas cubiertas de musgo, seguramente olvidadas desde hace mucho tiempo. Tampoco todos los panteones están mantenidos, algunos de ellos, al contrario, muestran un abandono total, cercanos a una ruina más o menos próxima. La visita cansa por la cantidad de tumbas de gente importante o interesante que se pueden ver. A la entrada hay un plano con la situación de las tumbas en cada cuadrante, pero lo bueno es llevar ya el plano consigo (supongo que bajándolo de Internet) para no dar rodeos a lo tonto y poder ver todas las tumbas que interesan dentro de la misma sección y no tener que volver sobre tus pasos. Hay también visitas guiadas. La más antigua de las que vimos fue la de Molière y la más reciente la de Moustaki. Pero también Proust está enterrado allí, así como Oscar Wilde y tantos otros. Curiosamente una de las más visitadas es la de Jim Morrisson que yo casi ni conocía.



Y como esta estancia en París estaba relacionada con la Semana de la Moda y dentro de ella con la feria de moda para jóvenes diseñadores “Capsule” en la que participaba nuestra hija también vimos tiendas interesantes acompañándola a ella. Cerca de la plaza de la Bastille, en el Bd. Beaumarchais, nos llevó a ver “Merci”, una tienda multimarca muy moderna, con enormes espacios y un pasillo-bibioteca-cafetería muy agradable.



Otro día, después de visitar la Gallerie Vivienne, una de las más bonitas de Paris y de pasear por la zona del Palais Royal, con sus arcadas y sus jardines, por cierto con montones de jóvenes estudiantes de Bellas Artes aplicados en sus dibujos del histórico conjunto, nos acercamos hasta la rue Saint-Honoré, calle de muchas boutiques de moda. Allí nuestra hija nos llevó a ver otra de sus tiendas favoritas de París: “Colette”, que nos sorprendió sobre todo el  espectáculo. Más que una tienda parecía una exposición llena de gente variopinta: elegantes y excéntricos se mezclaban ojeando los productos de todo tipo, todos de ultimísimo diseño, gente en la calle delante de la puerta como si estuvieran esperando a alguien o algo, incluso fotógrafos que tomaban imágenes supongo que de personas conocidas o de personas interesantes por su look.



Nosotros por nuestra cuenta descubrimos también una por casualidad bajando por Los Campos Elíseos, “Abercrombie & Fitch”. Nos llamó la atención un edificio que parecía un palacete con relucientes forjados dorados en ventanales, una verja también con muchos dorados cuya puerta se abría hacia un jardín de altos setos con dos vigilantes que permitían el paso a su interior. La curiosidad nos llevó a ver lo que creíamos una exposición para encontrarnos con una tienda de una marca americana, un guapo chico de color a la entrada con su torso desnudo, luciendo su cuerpo perfecto, un DJ propio, una espectacular escalera central que llevaba a los distintos pisos, una atmósfera tenue, una decoración de lo más barroco, y una colección de ropa tanto de hombre como de mujer dentro del más puro gusto americano.




Y naturalmente también nos acercamos hasta “Capsule”, ubicada en un edificio moderno cerca de la Gare d’Austerlitz (la Cité de la Mode et du Desing), en el sureste de París, una zona industrial, muy diferente de lo que se llama “les beaux quartiers”. Aunque no lejos de allí se encuentra la zona de canal de Saint-Martin, zona moderna y animada.



De una manera u otra, al final París siempre es París. Aunque esta vez encontramos cosas que no están a la altura. Por ejemplo el metro de París se quedó obsoleto, tanto los equipamientos como los trenes, la mayoría antiguos. Hoy resulta difícil admitir que no existan prácticamente escaleras mecánicas. No se ha invertido en modernizar las estaciones para eliminar barreras arquitectónicas como se ha hecho en otras ciudades, p.e.j. Madrid. Nuestra estación de metro “Montparnasse-Bienvenue” que es la que da servicio a la Gare Montparnasse, tenía montones de escaleras que los viajeros con equipajes  estaban obligados a  subir y bajar una y otra vez. Incomprensible. En cuanto a las personas que fuimos encontrando en bares, restaurantes, tiendas, etc., sería deseable que se esforzasen en una atención un poco más amable, sin esa actitud de enfado permanente que resulta tan desagradable. París siempre fue un poco así, pero esta vez nos sorprendió sobre manera, quizá por el contraste con nuestro país.