Moscú

La siguiente etapa de nuestro viaje fue Moscú, a donde viajamos en tren de alta velocidad tipo AVE. Fueron unas cuatro horas que nos sirvieron para ver un paisaje plano sin demasiado interés. A veces un pequeño bosque de abedules, algunos abetos, algunas casitas de madera, alguna zona industrial, pero nada que llamase especialmente la atención salvo la planicie que se extiende kilómetros y kilómetros.



Íbamos convencidos de que, después de San Petersburgo, Moscú no podía gustarnos mucho pero en la estación nos esperaba Katia, nuestra guía, una moscovita simpática y pizpireta muy diferente de Artemio, nuestro guía peterburgués, bien documentado y con un perfecto español, aunque un tanto seco. Katia utilizaba un lenguaje colorista y cariñoso. Nosotros (el grupo) éramos siempre “queridos míos”. Los marciales soldados soviéticos desfilando al paso de la oca eran los “soldaditos” que desfilaban por la Plaza Roja. Hablaba de los “confines” del metro cuando nos enseñaba sus estaciones, concebidas después de la Revolución como palacios para el pueblo. Algunas, siguiendo la terminología de Katia “muy pompoooosas” como si fueran los salones de un palacio, otras con escenas de la vida cotidiana soviética a través de mosaicos en el techo en donde podíamos ver, entre otras cosas, el uniforme de lana marrón que -según Katia- llevaban todas las niñas de la época y que picaba “muchíiiiiiisimo”. Alguna de las estaciones en un elegante estilo art déco depuradísimo. Otras con vidrieras o con mosaicos floreados. Cada una respondiendo a un criterio estético diferente pero con el mismo objetivo de decorar los espacios de la gente sencilla para ponerlos en valor.






Nada más llegar Katia nos llevó a visitar el Parque de la Victoria, inmenso, con un enorme monolito labrado, inacabable, que conmemora la victoria sobre los nazis en la segunda guerra mundial. La explanada continuaba en una larga avenida con varias fuentes en enfilada que se iluminan por la noche para conseguir lucidos juegos de luces. Vimos también el complejo de la Universidad Pública de Moscú en la llamada Colina de los Gorriones, con uno de los siete rascacielos neogóticos hechos construir por Stalin. Aunque no son idénticos, se parecen bastante entre sí y son una de las particularidades de la ciudad. De los años cincuenta son también muchos de los edificios del centro de Moscú como en la importante, ancha y larga Avda. Teverskaya, edificios imponentes, a la par que elegantes, de sobria decoración, de aspecto sólido, todos de la misma altura, ocupando a veces manzanas enteras y que seguramente estarían destinados a cuadros del Partido más que al proletariado.







Katia nos contó que la antigua catedral de Cristo Salvador que visitamos el primer día, había sido derribada en la época soviética -como otras muchas- con el objetivo de eliminar los símbolos religiosos. Sin embargo las obras planeadas -la construcción del palacio de los Sóviets con una torre rematada con una estatua de Lenin- no llegaron a realizarse, de tal modo que en el socavón se acabó construyendo una piscina en donde era “delicioooooso” bañarse incluso en invierno porque el agua estaba “calentiiita, calentiiita”. Desgraciadamente para la piscina se acabó levantando en el mismo lugar en los años noventa una copia de la iglesia que existía anteriormente y en donde se puede ver un cuadro de los Romanov con una aureola dorada como si estuviesen canonizados, o quizá a punto de serlo porque parece que hay una devoción por la familia que aparece en muchas iglesias a modo de expiación.




Y, en la Plaza Roja, Katia nos contó que las Galerías GUM, que ocupan uno de los dos largos laterales, era el único sitio en el que en la época soviética se vendían los zapatos yugoslavos a los que aspiraban “toooodas las mamás”. Hoy, -paradojas del destino- las Galerías GUM, situadas frente al mausoleo de Lenin, son el templo del lujo más exclusivo, desde Louis Vuitton hasta Chanel, pasando por Dior, Vercace, Hermès…Un símbolo del más feroz capitalismo frente a la mirada -esperemos que impasible- de quien quiso construir una sociedad sin clases. Ideologías aparte, el conjunto de las galerías es espectacular, por dentro y por fuera, con aceras que son alfombras de flores, terrazas de agradables cafeterías bien decoradas, juguetes para niños y una iluminación nocturna a base de bombillas dibujando los contornos de los diferentes elementos arquitectónicos que recuerda las iluminaciones de Navidad.






En el otro lateral de la Plaza Roja -la tercera mayor del mundo después de El Zócalo en México y Tianamén en Pekin- enfrente de las Galerías GUM y detrás del mausoleo de Lenin está uno de los laterales de Kremlin cuyos muros antes blancos fueron pintados ahora de color rojo. Y en uno de los dos laterales pequeños del rectángulo se encuentra el Museo Histórico, también de color rojo, construido en el siglo XIX en estilo neoruso. Según Katia era de visita obligada para todos los “niñitos” porque albergaba algunas pertenencias de Lenin, muy pocas, según ella.  Enfrente, pero a 500 metros de distancia está la conocida catedral de San Basilio del siglo XVI, de puro estilo ruso, con sus cúpulas bulbosas, antes doradas y ahora, desde el siglo XVII, multicolores al igual que todos sus muros que también perdieron el blanco original. El resultado más que bello es sorprendente por lo atrevido de sus formas y sus colores, tanto que podría estar perfectamente en una factoría Disney. Y en otra esquina, junto al Museo Histórico se encuentra una copia empequeñecida de la antigua catedral de Kazán -blanca y ocre- que había sido también demolida durante la época soviética.




Así que, teniendo en cuenta las demoliciones de la época soviética, más los repetidos incendios que sufrió la ciudad, sobremanera el último de 1812 durante la estancia de las tropas napoleónicas en Moscú, después de la batalla de Borodino, y que acabó con la mayor parte de las construcciones de madera existentes en ese momento en la ciudad, se puede decir que Moscú, a pesar de haber sido fundada en torno al siglo XII, es una ciudad de edificios recientes aunque con mayor diversidad que en San Petersburgo. Después del pavoroso incendio de 1812 se abandonó la tradición de  construir en madera sustituyéndola por materiales más resistentes como la piedra y el ladrillo. De esa forma los edificios posteriores se conservan por lo que, al igual que en San Petersburgo, encontramos en toda la zona centro alrededor del Kremlin numerosos palacetes de estilo neoclásico porque las grandes familias, aunque se hubieran trasladado a San Petersburgo siguiendo a la corte, mantenían sus residencias en Moscú. Por eso es también una ciudad monumental, llena de suntuosos palacios privados que ahora tienen funciones públicas, buenos hoteles de abolengo, teatros, bibliotecas, museos, plazas, jardines, monasterios, parques, incluso bosques, e iglesias que levantan sus cúpulas doradas y achatadas en el cielo moscovita provocando sensaciones de alejamiento y exotismo. Todo ello en grandes proporciones, como mostrando al mundo su enorme poder.






Una ciudad además animada, con un aparente buen nivel de vida, activa, con una población joven, un buen parque automovilístico, buenos restaurantes, calles peatonales impolutas,  llenas de terrazas, conductores que respetan todas las señales de tráfico y los pasos de cebra, sin muestras de impaciencia tocando el claxon (a pesar de las obras que están levantando media ciudad para prepararla para el mundial de fútbol), más sonrientes y amables que en San Petersburgo en nuestra corta experiencia.






Hicimos paseos por la ciudad, callejeamos por Kitay Gorod, nos desplazamos en metro hasta la colina Ivanovskaya, un lugar tranquilo con edificios antes señoriales a la espera de restauración, lo que indica que a medida que nos alejamos del centro la ciudad muestra sus carencias. Y de vuelta al hotel caminando, nuevamente elegantes edificios por la calle Ilinka que llega hasta uno de los laterales de las Galerías GUM.








Pero si algo merece ser visitado en Moscú es el Kremlin, que por sí solo ya merece el viaje. Antigua fortaleza de los zares, fue fundada en el siglo XII en un emplazamiento estratégico en la confluencia de los ríos Moscova y Neglinnaya y rodeada por una empalizada de madera. Milagrosamente se salvó del gran incendio de 1812 por lo que se conservan los monumentos más antiguos de la ciudad en un estilo en el que se funden ruso antiguo y renacentista. No se salvó sin embargo de la fiebre demoledora soviética que llevó por delante algunas de sus iglesias y monasterios que se encontraban dentro del recinto amurallado. Afortunadamente permanece el conjunto de la plaza de las catedrales, todas ellas blancas, como la catedral del Arcángel con una fachada renacentista italiana coronada -siguiendo la tradición- de cinco cúpulas bulbosas rematadas con cruces. Frescos del siglo XVII en el pórtico de la catedral de la Asunción, frescos en las paredes interiores de todas ellas pintados sobre un fondo dorado semejando un manuscrito iluminado, todas ellas también con hermosos iconostasios armados con iconos  de la Escuela de Moscú, como el iconostasio de la catedral de la Anunciación, uno de los más antiguos conservados hasta nuestros días, con cien iconos de pinturas ingenuas y frágiles sobre fondos dorados inspirados en la tradición bizantina.










Y para quien desee admirar con más profundidad el arte de la pintura de iconos en Rusia puede visitar además la Galería Tetriakov, dedicada al arte ruso en general pero con una colección importantísima de iconos que ocupan varias de sus salas.





Volviendo al Kremlin, en esta imponente fortaleza no sólo son iglesias encontramos además varios palacios: El Palacio Estatal del Kremlin para el poder político, el Palacio del Patriarca para el poder religioso, el Palacio Facetado, sobrio, de paredes blancas y de estilo renacentista italiano, es el resto de un antiguo palacio del siglo XV de trágico recuerdo porque fue allí donde tuvo lugar la venganza de Pedro el Grande sobre lo que se llamó la rebelión de los “strelsí” y en la que varios de sus parientes fueron arrojados desde lo alto de la escalera para quedar ensartados en las picas de los soldados de la guardia (la vida de los zares y de la familia real está plagada de venganzas y muertes violentas. Parece que pocos morían de forma natural en sus camas). Y sobre todo el Gran Palacio del Kremlin que sobresale por encima de los muros de la fortaleza y puede ser observado desde el río y desde lo que se llama el “terraplén del Kremlin”. Hecho construir por Nicolas II sobre un palacio del XVII fue la residencia moscovita de la familia real con lujosas salas (como no podía ser de otra manera) para su estancia y salones ceremoniales que se utilizan ahora para las recepciones de mandatarios extranjeros.






Si se dispone de tiempo pueden visitarse también museos y otros monumentos y curiosidades, pero en nuestro caso la visita duró sólo unas horas insuficientes para abarcar tanta historia y tanta riqueza.