Koh Phangan

Nuestro siguiente destino era Kho Phangan a donde volamos con Bangkok Airways en un vuelo corto de apenas una hora. Kho Phangan forma parte de un grupo de tres islas (hay quien las comparan con Mallorca, Menorca e Ibiza, pero yo no vi ninguna semejanza). En realidad el vuelo llega a la más importante de las tres, Kho Samui, más extensa y bastante más desarrollada turísticamente. Tiene un aeropuerto precioso, con una sala de embarque abierta a jardines llenos de flores que parece más bien un resort hotelero que las instalaciones de un aeropuerto.




Desde Kho Samui el viaje continúa en barco durante algo más de media hora hasta el muelle de Thom Sala que es la población más importante de Kho Phangan: unas cuantas calles, una playa, comercios y establecimientos sin ningún interés, un mercadillo de cosas espantosas y otro con chiringuitos de comidas en donde se puede comer directamente en la calle si se tiene valor.



En realidad ésta es una isla para gente joven (dicen las guías que para “mochileros”) a la que vienen muchos de ellos a la mayor megafiesta del país (allí dicen que incluso del mundo), la “full moon party” que tiene lugar en la playa de Haad Rim una vez al mes, coincidiendo con la luna llena. Todo empezó -parece ser- hace unos 20 años con un grupo de amigos juntándose en esa playa para divertirse. Hoy ese encuentro llega a reunir a más de 20.000 personas en cada luna llena. Pero no todo el mundo acude allí por la marcha. Hay otra actividad que también atrae a mucha gente, en este caso jóvenes y no tan jóvenes. Y es que en la isla hay varios centros de bienestar, lo que se viene llamando “healing”, como el Orion o el Sanctuary, porque dicen que esta isla tiene una energía especial, así que proliferan por todas partes.


Nuestra hija había estado en el Orion haciendo lo que llaman “detox” y tenía la esperanza de iniciarnos en la vida sana, así que nos reservó habitación en un resort -Loyfa- justo enfrente del Orion, con la idea de hacer las comidas, más que vegetarianas, veganas, en el Orion. Pese a su buena voluntad nosotros ya estamos mayores para experiencias tan radicales. Son comidas que preparan sin ningún producto de origen animal, tanto para sus huéspedes como para quienes acuden allí únicamente a comer. Así y todo hay que reconocer que la comida no estaba mal, pero como todo integrismo nos pareció un poco exagerado como principio. Naturalmente se hace también yoga y meditación, todo dentro de la misma filosofía.


En aquella primera ocasión nuestra hija se había hospedado en una de sus cabañas, muy sencillas, con paredes y suelos de bambú respetando al máximo el medio ambiente. Esta vez prefirió alojarse con nosotros en el Loyfa Natural Resort, en una habitación más confortable, pretendiendo matar dos pájaros de un tiro: poder hacer una dieta vegana y  seguir las clases de yoga y relajación del Orion -que le quedaba al lado- e intentar reciclarnos a nosotros llevándonos  a las clases de yoga y haciéndonos seguir la dieta vegana. Lo primero no lo consiguió y lo segundo sólo a veces.




Al llegar a Thom Sala nos estaba esperando un vehículo del hotel para llevarnos hasta el resort, un establecimiento hotelero como casi todos los de la isla: cabañas y bungalows descendiendo por la ladera hasta la playa rodeados de vegetación tropical. De alojarse en Loyfa -hay más oferta en la isla y algunos resorts parecían tener mejores instalaciones- conviene elegir las cabañas “in front of the beach” como la nuestra, justo encima de la playa y al lado de un mar como un gran lago moviéndose sólo para romper una ola que acompasaba rítmicamente el relax del tiempo. La habitación era un poco escueta pero la terraza de madera frente al mar, protegida por los cocoteros y las tacamatas lo compensaba ampliamente. Es un lugar ideal para relajarse porque la playa es prácticamente sólo para los huéspedes, que además no pasábamos de una docena puesto que todavía estábamos en época de lluvias, aunque nosotros no lo sabíamos cuando habíamos decidido venir. Al estar en temporada de lluvias alternábamos momentos de sol con intensos chaparrones, pero como la temperatura exterior era alta y la del agua también te podías bañar en todo momento tanto en el mar como en la piscina, una “infinity pool” sobre el mar de lo más agradable.




El centro de la isla es muy montañoso. En realidad toda la actividad se encuentra en el litoral, en la estrecha franja costera de las zonas sur y oeste en donde se concentran los resorts, desde los más elementales con habitaciones baratísimas hasta los más confortables, pero sin ser ninguno -o por lo menos no los vimos- de alto standing . Eso sí, todos al lado de una playa o directamente en la playa y la mayoría bastante aislados, lo que puede ser un problema para moverse. Afortunadamente el nuestro estaba al lado de un pequeño núcleo de población con comercios, farmacia, cajero automático y pequeños restaurantes, varios vegetarianos pero también de cocina Thai con platos muy ricos como el pollo con anacardos y que no son nada caros.

Kho Phangan, como sus compañeras Kho Samui y Kho Tao, es una isla tropical con lo que eso conlleva: vegetación exuberante, calor, altísimo grado de humedad, chubascos repentinos (en tierra o mar), bichos por doquier, concierto de pájaros por las mañanas y de ranas por las tardes. El mosquitero era por supuesto imprescindible y el repelente antimosquitos también.




La isla es bonita pero no espectacular. Exceptuando los resorts de más standing, las construcciones destrozan el paisaje, todo destartalado, lleno de carteles, postes, miles de cables… Sin embargo en la franja costera alternan los verdes/azules de las aguas tranquilísimas sin una ola (en la zona en la que estábamos no así en otras zonas de la isla), los azules pálidos del cielo con nubes blancas o negras según amenazaba o no lluvia, los tonos claros de la arena de la playa, del amarillo al blanco según sean playas más o menos coralinas y, bordeándolas, la línea verde y frondosa en la que alternan cocoteros y tacamatas.

Moverse por la isla para los que se atrevan con la moto es fácil. De lo contrario es más complicado. Bicicleta imposible porque la carretera está llena de subidas y bajadas. Taxis no hay muchos y los taxis colectivos no se encontraban tan fácilmente y al final no resultaban baratos porque después de negociar el precio acabábamos pagando unos 4€ por persona, así que el viaje de ida y vuelta salía por unos 25€. Siempre queda la opción de alquilar un coche pero la conducción es a la izquierda y las carreteras son malas. Sin embargo ello no nos impidió visitar toda la zona sur y la zona oeste de la isla con playas como Koh Ma de arenas blancas llenas de corales y aguas azuladas que merece una visita sobre todo para los aficionados al snorkel.


O la playa de Haad Chao Phao, que podría estar en las Seychelles con sus cocoteros creciendo en paralelo a una playa de arenas finas y blancas y un conjunto de piedras redondeadas como si fuesen esculturas puestas allí por la mano del hombre.


O la de Sanctuary a la que se llega desde Haad Rim en el suroeste de la isla, la playa de la fiesta que podría ser una maravilla, blanca, arena finísima y aguas esmeralda, si no fuera por los chiringuitos más bien cutres que la rodean y el pueblo que es un horror.



Allí las aguas son todo lo contrario de tranquilas y para llegar a Sanctuary no hay más alternativa que alquilar una barca de madera con motor que va volando sobre las olas con movimientos poco tranquilizadores durante unos larguísimos veinte minutos. Sanctuary, en donde está el centro de “healing” más conocido de la isla, es un lugar rodeado de selva y mar, totalmente aislado, naturaleza plena, y sin embargo, pese al aislamiento, con mucha gente joven y no tan joven en el restaurante, que tiene una oferta más amplia, no sólo ofrece comida vegana. Lo malo es que nada más llegar sabes que tienes que regresar y la agitación del mar no te lo pone fácil. Pero en fin quien algo quiere… Y al final regresamos sanos y salvos.




En la costa oeste de la isla, donde nos encontrábamos, son muchos los sitios en que se puede disfrutar de una bonita puesta de sol. De todos ellos el que más nos gustó es en el que estuvimos el último día y que no puede perderse. Hay que ir hasta la playa Secret Beach, y cruzándola se llega al Haad Son Resort, que hay que bordear para llegar al final en donde, sobre una plataforma circular hay un bar con una decoración muy original, como si fuese un barco con una arboladura que se ve desde lejos, desde la carretera. Sentados en una mesa justo encima del mar se tiene una vista de 180º. El cielo se va volviendo cada vez más rojo y la superficie absolutamente plana de las aguas se va haciendo cada vez más oscura. Parece un espejo, pero sobre él en una sencilla barca de madera dos hombres pescan con movimientos lentos y acompasados. No hay ruidos, salvo el chasquido de las redes contra el agua. Cuando se hace noche aparece una lucecita sobre la barca. Ellos siguen, ajenos a nuestra mirada. No saben que su imagen va a quedar grabada en nuestra memoria.




Siguiente etapa: Chiang Mai