Chiang Mai

Nuestra última etapa era Chiang Mai, en el norte del país, a donde llegamos con un vuelo directo desde Kho Samui en menos de dos horas. Chiang Mai es una ciudad importante, la segunda del país, en una extensa planicie verde rodeada de montañas, con un clima más continental aunque también tienen su época de lluvias durante los meses primaverales. Ahora estaban en temporada seca y el clima era muy agradable, aunque caluroso, pero sin la humedad de Bangkog ni mucho menos de las islas. A medio día calentaba el sol pero a la sombra se estaba divinamente. Y a partir del atardecer la temperatura era deliciosa.

Chiang Mai fue desde el siglo XIII la capital del reino de Lanna, que no se integró en Tailandia hasta el año 1939. Conserva una ciudad antigua con foso y muralla que la separa de la parte nueva. En ese cuadrilátero que forma la ciudad antigua uno tiene la sensación de estar más bien en un pueblo con estrechas calles que parecen caminos, que a su vez desembocan en otras calles principales con edificios más modernos y bastante intensidad de tráfico, lo que dificulta el paseo porque a veces no hay aceras y resulta muy incómodo para caminar porque tampoco hay apenas semáforos y la prioridad, como en toda Asia, la tienen los vehículos. En esas callecitas transversales de casas bajas quedan a veces espacios sin edificar, que son aún prados verdes, al lado de construcciones en madera de teka con la arquitectura tradicional, sobre pilotes, aunque en muchas de ellas a ese espacio a ras del suelo se le acabó dando alguna utilidad, para la propia vivienda o para un pequeño establecimiento comercial.





Porque Chiang Mai es una ciudad muy animada, llena de pequeños bares o restaurantes informales con encanto, de estilo joven, muy desenfadados, en los que se puede comer algo a cualquier hora porque la cocina está siempre abierta y casi todos disponen de un patio ajardinado en donde también se puede tomar algo entre la abundante vegetación. Claro que aquí el tiempo permite estos lugares informales, abiertos, puestos con pocos recursos. Además el clima favorece la proliferación de plantas que crecen por doquier. Por el día se ven y por la noche se huelen. Hay muchas buganvillas, pero no en enredadera sino en macetas o haciendo setos, o hechas ya árbol. Por la noche se nota un olor como a azahar tan típico de los lugares de clima cálido como el sur de España.




Muchos de esos establecimientos ofrecen una comida vegetariana o vegana para una clientela generalmente joven que participa de ese estilo de vida alternativo. Son lugares en los que además se puede comprar alguna artesanía, todo hecho a mano, con cuidado por el medio ambiente y por el precio justo para los artesanos que lo producen.


A veces hay improvisadas galerías con pequeñas exposiciones de autores noveles, porque hay muchos artistas en esa ciudad con un dinamismo contagioso que sirve como polo de atracción para otros muchos que deciden instalarse allí ahora que el mundo de internet no tiene fronteras y se puede trabajar desde cualquier punto del planeta. Porque allí la vida es barata. Hay una diferencia importante de precios no solo con la capital sino también con las islas. Tanto los alquileres, como el transporte, como los restaurantes o los bares son baratos.



El medio de transporte más popular y más práctico es el songthaew una especie de minibús o taxi colectivo. Se indica al chofer el destino y si está en su ruta se concierta el precio que suelen ser unos cincuenta céntimos de euro por persona para un recorrido medio (20 bahts), más si es más lejos. A veces suben otras personas que van por la misma ruta y a veces no. Pero incluso para salir de la ciudad y visitar zonas más alejadas el taxi es barato. Eso sí, siempre conviene fijar el precio por adelantado.


Ya en el primer contacto con Chiang Mai uno se da cuenta de la importancia histórica de esta ciudad con una riqueza arquitectónica impresionante, porque todo Chiang Mai está plagado de templos, a cada cual más bonito. Hay más de 300 templos con un estilo de influencia birmana, país que lo ocupó durante casi dos siglos. Hay tantos templos que al final ya ni se miran, en parte porque llegas a estar saturado y en parte porque se parecen bastante entre sí, aunque siempre hay algo que los diferencia unos de otros. Todos ellos sorprenden por la minuciosa decoración exterior, algunos con filigranas en piedra blanca sobre oscuras maderas de teka. En otros la decoración es a base de pequeños espejos de colores formando dibujos geométricos, siempre con los tejados puntiagudos rematados en una especie de uña alargada y curva, como las que se ponen las mujeres cuando ejecutan los bailes tradicionales con ese juego de manos y dedos que se curvan de manera increíble. Los interiores suelen ser menos interesantes, bastante uniformes, con el buda o los budas a los que se hacen ofrendas de todo tipo, desde comida hasta dinero.



Pero algunos de ellos sorprenden por su belleza como el Wat Chedi Luang, quizás el conjunto que más me gustó, con sus monjes rezando en posturas imposibles, su chedi medio derruido por un terremoto, sus edificios a cada cual más bonito y sus campanas con badajos de madera que consiguen notas de sonidos relajantes. Es de visita imprescindible. En cada templo siempre hay varios edificios y cada uno se diferencia de los demás por tamaño, decoración y estilo. Y aunque los chedis o estupas son todos una especie de montículo puntiagudo, cada uno de ellos está decorado de manera distinta. La mayoría son dorados, al estilo birmano, pero también los hay de piedra, o combinando piedra y dorado, o todo en blanco.  En Chedi Luang es de piedra con decoraciones que recuerdan también la arquitectura indú. Se ve que ésta es una tierra de cruces y de influencias.



El Wat Phra Singh, otro de los conjuntos de visita obligada, conserva unos frescos en uno de los edificios en donde se relatan escenas de la vida cotidiana que recuerdan las pinturas chinas.



Y el Wat Suan Dok, con pequeñas capillas blancas en una explanada que tienen como fondo un espectacular chedi dorado al estilo birmano, sólo oro y blanco formando un sencillo conjunto de gran belleza, ese día reflejándose en un cielo azul radiante.




El más visitado de todos, no solo por los turistas sino fundamentalmente por la población local es Wat Prathat Doi Suthep, fuera de Chiang Mai, a unos 16 km., en una colina que ofrece vistas panorámicas sobre la ciudad. Se puede llegar hasta allí en songthaew, pero un taxi tampoco resulta caro. Parece un lugar de peregrinaje lleno de tenderetes con motivos religiosos pero también con souvenirs para los turistas.




Otra visita también obligada es el Wat Chiang Mun, el más antiguo de Chiang  Mai. Su chedi dorado y esbelto recuerda al de Prathat Doi Suthep. O también el Wat Phan Tao, pequeño y de madera.



Uno de los días comimos dentro de la ciudad vieja en un lugar curioso: Pah Lanna Spa que además de masajes en un entorno cuidadísimo, con muchísimo gusto (en realidad los spas son centros de masajes) tiene una cafetería y un patio ajardinado agradabilísimo en donde se puede comer. Todo ello, cafetería y Spa, dentro de un conjunto de dependencias en casas tradicionales de madera de teka. Tanto los zumos como los batidos de frutas son deliciosos y tienen además un surtido de postres buenísimo nada habitual en estos países. Eso sí, los precios estaban en consonancia con el entorno, más bien carillos. Por la tarde visitamos el Museo Lanna, pequeño pero interesante para conocer las tradiciones culturales de este pueblo.




Y para completar esta información nada mejor que visitar otro día -porque está en la zona de la Universidad, lejos de allí- el Museo tradicional de casas Lanna, un conjunto de casas tradicionales que fueron desmontadas para instalarlas en una especie de parque con vigorosos árboles cuya sombra se agradecía. Todas ellas construidas sobre pilotes, espacio que se aprovechaba en algunas para alojar allí  antiguos carros de madera que recordaban a los de nuestras aldeas. Vimos incluso una pequeña construcción rectangular para guardar el grano prima lejana de los hórreos asturianos, también construidos con piezas de madera desmontables. Al final, a pesar de la distancia las culturas se parecen entre sí. Se pueden visitar por dentro casi todas las casas, en algunas se conservan diversos enseres con explicaciones en inglés. Todas ellas tienen una enorme terraza de madera lo que indicia que la vida se hacía fundamentalmente al aire libre. Contemplándolas en aquella quietud uno puede imaginarse cómo era la vida por aquellas tierras no hace tanto tiempo.




Aquí como en Bangkok hay montones de mercadillos. El domingo, al anochecer, nos acercamos hasta el mercado vespertino que se instala todos los domingos en el centro de la ciudad antigua. Ya no es como dicen las guías un mercado de cosas antiguas, es el típico mercadillo con cosas para turistas más que para nacionales, pero no está mal. Nos gustó más que el famosísimo bazar nocturno, demasiado desperdigado y muy repetitivo. Pero para encontrar cosas más auténticas y tradicionales como textiles antiguos se puede ir al mercado de las telas abierto todos los días.



En el primero nos llamó la atención la enorme oferta de masajes con puestos totalmente elementales (nada que ver con el lujo del Spa Pah Lanna): montones de sillas de plástico adosadas a las paredes, un simple taburete y un recipiente para los masajes de pies, los más socorridos. Tailandia es el país de los masajes.


En la misma calle del mercadillo está el Hotel Tamarind Village, uno de los más bonitos de Chiang Mai, pero no el único porque para los bolsillos bien repletos hay una buena oferta hotelera. Como el Rachamankha, muy cerca del Wat Phra Singha. Aunque para mi gusto el más bonito sin duda en es el “137 Pillars House”, ya fuera del casco antiguo, en la zona moderna que hay cruzando el río por el Nawarat Bridge. Merece la pena una visita y aprovechar para ver esa zona del otro lado de la ciudad con montones de restaurantes orientados hacia el río como el “The River Market” en el que cenamos el último día, y muchas tiendas de cuidada decoración en casas tradicionales en donde vendían productos artesanos bonitos y de gran calidad. Todo ello en una calle que más que calle parecía una carretera con bastante circulación y sin aceras. Eso es lo malo de Chiang Mai.



Ese día acabamos cenando en el barrio de Nimman, en una de las zonas modernas de la ciudad y sin duda la que más ambiente nocturno tiene. Pateamos bien ese barrio porque nuestro hotel estaba allí, Yantararsi Resort, en un conjunto que recordaba la casa de Jim Thomson en Bagkok. El hotel es bonito y muy agradable, con buenas habitaciones y abundante desayuno. Tiene el problema de que al estar cerca del aeropuerto se oían los aviones, aunque a mí personalmente no me molestó especialmente.



En Nimman, de no ser por la falta de aceras, de semáforos y los consabidos cables colgando, costaba trabajo pensar que estábamos en Tailandia viendo la modernidad de edificios, comercios, restaurantes, bares, galerías, así como el centro comercial Maya, que podría estar en cualquier ciudad europea. Al atardecer sin embargo, en la calle principal se montaban los pequeños tenderetes con comida para recordarte que sí era Asia, en donde montones de gente hace todas sus comidas en la calle.



Otra de las cosas que nos sorprendieron fue encontrar en medio de la nada, en pleno campo, restaurantes que son al mismo tiempo galería de arte, tienda de productos artesanales, centro de bienestar…Naturalmente allí no pueden ir más que iniciados y extraña que puedan sobrevivir porque en ninguno de ellos había más de dos mesas ocupadas. Uno de ellos, el Palaad Tawanron, en las afueras de Chiang Mai, cerca de la ciudad universitaria, merece la pena por sus bonitas vistas sobre un estanque  ajardinado con la ciudad al fondo. Sin embargo la comida no estuvo en consonancia.



En otras  dos ocasiones en las que salimos de Chiang Mai para ir a comer nos llevaron Susan y Robert, un matrimonio de jubilados americanos amigos de nuestra hija que decidieron vivir su jubilación en las afueras de Chiang Mai, atraídos por el clima benigno y el accesible coste de vida. Susan es una experta en textiles artesanales de Asia (su blog sobre la materia es de referencia: TribalTrappings) y conoce todos los rincones interesantes. El segundo día comimos cocina europea en un restaurante de un alemán casado con tailandesa, “9 Moo 9”, en Hang Dong. Pero en el primero de ellos, Nasi Jumpru, en San Kamphaeng,  tomamos la comida más deliciosa de todo el viaje que ellos, como buenos expertos, eligieron. Exquisito sobre todo el pollo con anacardos que no tenía nada que ver con el que habíamos tomado hasta entonces. Un conjunto de ingredientes y sabores singulares perfectamente armonizados.




No lejos de ese restaurante, en la carretera principal, se encuentra el pueblo de las sombrillas, Borsang. Es conocido por ser el lugar en donde se fabrican de forma absolutamente artesanal las sombrillas de papel que hasta ahora yo había considerado como típicamente chinas. Un ejército de mujeres talla con una destreza admirable cada una de las varillas. Todo se hace a mano desde el palo central hasta los dibujos sobre el papel fabricado también de forma artesanal. Es una visita curiosa.




En Chiang Mai estuvimos una semana pero curiosamente no me quedó la impresión de tener una imagen global de la ciudad. Supongo que es porque -como dije- no es fácil de patear. Además como las distancias son largas nos movíamos en songthaew, que tiene el inconveniente de tener una cabina bastante cerrada con unos ventanucos que no permiten la perspectiva, así que más que una visión de conjunto tengo imágenes de los sitios que visitábamos sin prisa, disfrutándolos. Supongo que al final no hicimos ninguna de las cosas, o casi ninguna, de las que se recomiendan en las guías, como el trekking por aldeas o montañas, el paseo a lomos de elefante, la visita a las mujeres jirafa -que nos horrorizaba-, el triángulo de oro… Fue más bien una estancia tranquila y relajada, disfrutando del clima, de la arquitectura, de los sabores, de las gentes, de una cultura distinta a la nuestra, con semejanzas con otros países asiáticos porque, aunque haya diferencias, para un europeo siempre hay un punto de encuentro.

Tailandia es un país, además de grande, diverso. Poco tienen que ver las islas, o las zonas costeras en general, con el ajetreo de  Bangkok, o la riqueza cultural de Chiang Mai. Sin duda fue en Chiang Mai en donde más disfrutamos en este viaje porque nuestra estancia en Kho Phangan no fue muy diferente de otros lugares en los que ya habíamos estado. Lo mismo podríamos decir de Bangkok que era más o menos lo que habíamos esperado. Sin embargo para nosotros el gran descubrimiento fue Chiang Mai, una ciudad muy atractiva con muchas cosas para ver y para disfrutar: un ambiente animado y dinámico, rica tradición cultural, con su magnífica colección de templos, buena gastronomía, gente amable y bonitos paisajes en sus alrededores. Es sin duda una cita obligada en un viaje por el país. Bueno, de hecho cada vez hay más turistas, de ahí la enorme oferta hotelera -y en esta ocasión para todos los bolsillos-  desde los guest house más sencillos hasta los hoteles de megalujo,  prueba del atractivo que  ejerce la ciudad.