Regreso a Provenza tras el rastro de Cézanne


Aix-en-Provence: "Atelier" de Cézanne

En 2010 hicimos un viaje del que dejamos constancia en el diario titulado "La costa (azul) de los pintores" que concluía con una breve parada en Aix-en- Provence que reflejamos así:

Aix-en-Provence es la ciudad más representativa de la Provenza. Nos encantó. Tiene un riquísimo patrimonio histórico-cultural además de una intensísima animación. Calles llenas de gente, terrazas en todas las plazas, avenidas arboladas con plátanos centenarios, casonas, palacios, iglesias, la catedral de Saint Sauveur con su minúsculo claustro románico encantador y, por todas partes, señaladas en el suelo, las huellas de Cézanne. Aix es la ciudad natal del pintor y fue él quien atrajo a otros pintores hacia estas tierras de luz y color. Pero descubrir el Aix de Cézanne, tendrá que ser para otra vez. Otra razón más para volver.

Y volvimos…

En agosto de 2017 hicimos un viaje en coche desde Asturias hasta la Provenza aprovechando que nuestra hija Lucía y su familia pasaban allí sus vacaciones. Fue un viaje con paradas: dos días en Burdeos para ver a nuestra querida amiga Evelyne y disfrutar de esa ciudad que conocemos bien, con sus edificios de piedra tallada y fachadas delicadamente trabajadas que son testigos de su pasado, de su puerto floreciente, que favoreció tantas fortunas no precisamente muy edificantes puesto que la actividad no era otra que el tráfico de esclavos. Aprovechamos esta visita para conocer lugares nuevos o que nos habían pasado desapercibidos en anteriores ocasiones, como la basílica de Saint-Michel, con su espectacular torre (que recuerda bastante a la de la catedral de Oviedo) o la “Ciudad del vino”, al lado del reciente e imponente puente de elevación vertical sobre el Garona.

Burdeos: Saint-Michel


Burdeos: Ciudad del vino

Otros dos días los pasamos con otros buenos amigos, Lucien y Claudette, en Saint-Antoine de Ficalba, zona de “bastides” y cultura del pato, al lado de Villeneuve-sur-Lot, con su surtido mercado campesino al que acudimos, cerca de la antigua fortaleza medieval de Pujols, que también visitamos.

Saint-Antoine de Ficalba

Villeneuve-sur-Lot

Pujols

Pero nuestro destino final estaba en Aix-en-Provence en donde habíamos alquilado a través de Airbnb un apartamento en una finca situada en una colina a las afueras de Aix. Todo un acierto. Un lugar tranquilo, jardín independiente rodeado de robles y una piscina en el jardín de los dueños en donde permiten el baño de los huéspedes.



Como nuestra hija y su marido habían alquilado -también a través de Airbnb- en la Alta Provenza aprovechamos para visitar con ellos algunos pueblecitos con poco turismo, calles tranquilas de casas de piedra y contraventanas cerradas protegiéndose del sol, alguna terraza, vecinos jugando a la petanca, alguna iglesia o antiguo castillo y algún restaurante que acababa llenándose al atardecer. Como Reillanne, donde curiosamente se estaba celebrando un campeonato de backgammon, o Montfuron, con el acogedor “Chez Enric”, en donde cenamos. Todo muy relajado porque la protagonista, que todavía no llega al año y medio, imponía su ritmo a padres y abuelos.

Reillanne

Reillanne


Montfuron

Montfuron: “Chez Enric”

Y entre unas cosas y otras, Aix, a donde habíamos prometido volver. Hay ciudades que están íntimamente ligadas a algún hijo predilecto. Cualquiera que visite Sète se sorprenderá de la omnipresencia de Brassens en posters, postales, portadas de libros, de discos… Lo mismo ocurre en Aix-en- Provence. Allí Aix es Cézanne como Brassens es a Sète. Omnipresente también en toda la ciudad, dando su nombre a multitud de instituciones: colegios, liceos, asociaciones, centros de salud, centros recreativos, residencias para mayores… Ningún lugar que haya tenido relación con Cézanne queda sin señalar: casa natal, domicilio familiar, banca paterna, colegio, viviendas, estudio y un largo etcétera señalado en las calles con losetas metálicas que llevan la C inicial de su apellido.

Último domicilio de Cézanne

Banca del padre de Cézanne

Sin embargo esta devoción por el artista que mejor plasmó la atmósfera de la Provenza en general y los alrededores de Aix con la montaña de Sainte-Victoire en particular, no fue un amor a primera vista. Aix, al igual que el público de su época, le dio la espalda al artista del que no supo entender ni su modernidad ni el carácter precursor de su pintura. Prueba de ello fue la actitud del Director del Museo de Bellas Artes de Aix en aquel momento que aseguró -y cumplió- que mientras él fuese Director del Museo no entraría allí ningún Cézanne. ¿Por qué? No sabemos. Pero sí sabemos las consecuencias pues la sala Cézanne del Museo tiene una representación raquítica de únicamente diez obras de formato reducido, cuatro de ellas en préstamo en el momento de nuestra visita. Una lástima.

Sala Cézanne del Museo Granet

El joven Paul Cézanne -único varón de la familia- destinado a ocupar un puesto importante en el banco paterno, consigue abandonar los estudios de Derecho e imponer su vocación por la pintura, con la oposición sobremanera de su padre, pero alentado por Emile Zola -su condiscípulo en el Collège Bourbon de Aix, más tarde Lycée Mignet- quien le animará a trasladarse a Paris e introducirá en los ambientes artísticos de la capital. Estrechísima amistad que queda rota definitivamente tras la publicación de “L’Oeuvre” en donde Cézanne se ve reflejado en el pintor fracasado que aparece en la obra de Zola. Cierto es que Zola, al igual que otros de sus contemporáneos no creía demasiado en el talento de su amigo, admirado, sin embargo, por muchos de sus colegas. Son precisamente los pintores impresionistas: Pissarro, Monet, Renoir, Degas o Gauguin, entre otros, quienes entre 1870 y 1880 compran sus cuadros antes de que coleccionistas con buen ojo se interesen por su obra.

Lycée Mignet
Amigo de Pissarro, cuyos consejos le ayudan a mejorar su técnica, no llega sin embargo a integrarse dentro del movimiento impresionista. Ni tampoco consigue que el Salón oficial admita sus obras que son rechazadas sistemáticamente en sus citas anuales. Su pintura es tan novedosa que quienes serán los grandes genios del siglo XX -Matisse o Picaso- lo saludan como su maestro, ven en él al introductor del fauvismo con sus colores primarios, su abandono de la perspectiva, sus investigaciones sobre la cohesión entre color y espacio, su ruptura con la tradición tanto en retratos como en naturalezas muertas, además de anunciar el cubismo que vendría después de la mano de Braque o Picasso.

A pesar de su indiscutible genialidad no será reconocido por el público hasta pocos años antes de su muerte (1906), instalado ya en Aix con carácter definitivo, y trabajando de forma obsesiva en su pintura del natural, acudiendo cada día a lo que él llama “le motif” llevando a su espalda sus útiles de pintura, tal como se le representa en la estatua de la plaza Général De Gaulle, en la que se encuentra la Oficina de Turismo de Aix.

Maurice Denis: "Monsieur Cézanne sur le motif", Museo Granet


Uno de sus lugares preferidos era la ruta que va desde Aix a Tholonet, alejándose cada vez más en sus paseos a la búsqueda de nuevos paisajes que sirvieran de motivos para su pintura. Allí se encuentra la finca de Château Noir que Cézanne intenta en vano comprar y que servirá de “motif” en varias ocasiones. Pero sobre todo la montaña Sainte-Victoire que le atrae sobremanera repitiendo en sus cuadros de forma sistemática sus formas geométricas de marcadas aristas y tonos grisáceos. La representa desde muchos puntos y ángulos diferentes: desde Aix, en la explanada que se llama ahora “Le Terrain des Peintres”; desde Tholomet, a unos cinco kilómetros de Aix, o desde Saint-Antonin-sur-Bayon, a unos tres kilómetros de Tholomet, justo al pie de la montaña.

Sainte-Victoire desde Saint-Antonin-sur-Bayon

Tholonet es un pueblecito encantador, totalmente provenzal, con su vegetación exuberante y un cielo azul sobre su plaza protegida del sol por enormes plátanos, robustos y frondosos. Paseamos por muchos de los rincones de esa ruta de Cézanne que fueron pintados por él, con lo que la vista puede percibir hoy lo que en su momento percibió y sirvió de “motif” al pintor. Como el château, a la entrada de Tholonet, una enorme casona ocre hoy convertida en hotel. O la carretera que va hasta el molino llamado de Cézanne. Sin apenas gente, todo tranquilidad, clima seco, a veces una ligera brisa... Allí, al iniciar la cuesta, está el Relais en donde solía comer solo o en compañía de amigos. El establecimiento se conserva prácticamente igual, como si el tiempo se hubiera detenido, con el encanto de estar compartiendo un espacio mítico, pero la comida no es buena.






Relais Cézanne


Otro de los lugares relacionados con Cézanne son las canteras de Bibémus, cerca de Aix a donde también se desplazaba el pintor en busca de las geométricas imágenes rojizas sobre un fondo verde oscuro que reflejó en sus cuadros. Para visitarlas hay que reservar en la Oficina de Turismo y dejar el coche en un parking desde el que sale un autobús que te lleva y te trae de vuelta. Nosotros no sabíamos que había que reservar y no pudimos visitarlas. En su lugar nos acercamos en coche hasta el pantano de Bimont de donde salen muchas rutas de senderismo para hacer a pie o en bicicleta. Hay un punto de información en el parking donde te indican los circuitos y su dificultad. Los paisajes que se atraviesan merecen la caminata y desde el parking se divisa un extremo de la Sainte-Victoire, una imagen diferente a las más conocidas, así como las profundas gargantas talladas por el agua. Una de las rutas permite ir desde allí hasta Bibémus por un camino sombreado que protege del sol y de la temperatura, en muchos momentos alta.



Los viejos plátanos centenarios son también otra de las características de Aix, cuyas calles y plazas bordean y protegen en verano, como en el Cours Mirabeau, la calle principal de la ciudad de bonitas fachadas decimonónicas o las placitas del viejo Aix tan agradables para descansar un rato y posar la vista en los muros ocres de los edificios con sus contraventanas azules o verdes.






Aunque, si hay un lugar imprescindible en Aix es el “Atelier” de Cézanne, su estudio a las afueras de la ciudad. Conviene reservar en la Oficina de Turismo porque acoge pocos visitantes cada vez para preservar el ambiente casi religioso del lugar. Se trata de una casona típicamente provenzal rodeada de vegetación boscosa que Cézanne pudo comprar a la muerte de su padre con la herencia recibida. Está en la colina des Lauves dominando el espacio. En el primer piso Cézanne hizo construir un enorme ventanal -que ocupa toda una pared- por donde recibir la máxima luz posible. En un extremo de la misma pared hizo abrir una especie de ventana estrecha y con varios metros de altura para poder sacar por allí los cuadros de gran formato, como por ejemplo una de las últimas versiones de “Las bañistas” que se encuentra ahora en el Museo de Filadelfia. El estudio se conserva tal cual, con los muebles y enseres que le sirvieron para sus bodegones y, naturalmente, manzanas. Manzanas dispersas de diferentes colores y tamaños al lado de uno de tantos paños blancos que sirvieron como modelo para sus innovadoras composiciones, de equilibrio inestable, como su fuesen a caerse de un momento a otro. Allí están los platos, las fuentes, los cuencos, las jarras, las botellas, la botella de ron, los pinceles, la paleta, los paraguas, los abrigos, los sombreros, el guardapolvo… todo ello rodeado de profundo silencio y admiración.







A unos dos kilómetros de allí, subiendo la colina des Lauves se encuentra el “Terrain de Peintres”. Es un lugar desde el que se dominan los campos dorados jalonados de altos cipreses y achatadas encinas verde oscuro. Y al fondo la Sainte-Victoire, símbolo de Provenza y su “motif” preferido, que pintó desde allí en numerosas ocasiones. En el emplazamiento se encuentran actualmente reproducciones de los más famosos ejemplares de esta pintura, cuyos originales cuelgan en importantes museos de todo el planeta. Allí le sorprendió un día la lluvia pero siguió pintando durante varias horas hasta que alguien lo condujo en una carreta -ya en mal estado- a su estudio. No volvería a pintar. Una pulmonía acabaría con sus días. Era el 23 de Octubre de 1906. Tenía sesenta y siete años y dejaba tras de sí una obra ingente en cantidad y en valía de la que ni él mismo era consciente.

Sainte-Victoire desde la colina des Lauves

Terrain des Peintres: Reproducciones de distintas versiones de Sainte-Victoire


En busca del Museo Granet, nombre del actual Museo de Bellas Artes, descubrimos el “quartier Mazarin”, diseñado en el s. XVII por el Cardenal Mazarin, una muestra del Aix monumental, elegante, de casonas importantes, antiguos palacios, iglesias, patios con vegetación mediterránea, huellas del pintor por todas partes como el Collège Bourbon (más tarde Lycée Mignet) en donde estudió y recibió la formación clásica que se refleja en sus primeros cuadros. Y todos los lugares que pudieran tener una relación con Cézanne: antiguas viviendas, casa de su hermana, iglesia bautismal…

Museo Granet

Quartier Mazarin

El Museo Granet compensa su exigua representación de Cézanne con la colección Planque que se exhibe en la ampliación Granet XXe situada en la capilla de los “Pénitents blancs”, relativamente cerca del propio Museo. Reúne en sus más de 700 m2 obras en Picasso, Renoir, Monet, Van Gogh, Braque, Dubuffet, entre otros, depositadas allí por un período de quince años. Merece sin duda una visita.



Tanto la ciudad como sus alrededores dan para mucho según el tiempo del que se disponga. Cada cual según sus inclinaciones. Para nosotros fue el reencuentro que habíamos deseado, sin prisas, disfrutando del clima, del ambiente de la ciudad, de los paisajes de los alrededores, de los pueblos provenzales, del acento provenzal de sus gentes, de su ritmo de vida tranquilo, de su hospitalidad. Y además, por si fuera poco, Cézanne. Una buena escapada.

Versión de "Las bañistas" que se exhibe en el Museo Granet