El dominio de los médanos


La costa atlántica argentina presenta un inmenso cordón de dunas -que llaman médanos- frente a un océano azotado por los vientos. El tramo que abarca desde la desembocadura del río de La Plata hasta la ciudad Mar de Plata fue durante mucho tiempo un territorio virgen, con enormes llanuras sin explotar antes de llegar a la barrera de dunas y el mar.



La forma en que se realizó la distribución de las extensas y fértiles tierras argentinas es bastante inquietante. Coinciden estos días con la lectura de un interesante -y espeluznante- libro escrito por un gijonés, José Luis Alonso Marchante, y editado en Argentina por Losada: "Menéndez, rey de la Patagonia", en el que se describe minuciosamente la trapacera manera en que se llevó a cabo la concentración de inmensas propiedades, tanto de Chile como de Argentina, en manos de unos pocos privilegiados, entre los que tiene el dudoso honor de destacar el avilesino José Menéndez (del que llega a decir que "su inagotable fortuna descansaba sobre el acaparamiento de tierras, el exterminio de indígenas y el trabajo en condiciones miserables de los peones rurales"). También relata la llamada Campaña del Desierto que en 1878 llevó a cabo el general Roca (quien luego llegaría a ser presidente de Argentina), que hoy no dudaríamos en calificar de genocidio, pues supuso la aniquilación de casi la totalidad de los indígenas que poblaban la Pampa y la Patagonia oriental, con el fin de promover la instalación de ganaderos y agricultores en las tierras expoliadas. En la práctica, lejos de conseguirse el pretendido poblamiento gradual de esas regiones, gran parte de las tierras pasaron a ser propiedad de militares participantes en la Campaña, como si se tratara de un botín de guerra, o bien acabaron concentradas en posesión de unos pocos terratenientes especuladores.

Lo cierto es que a finales del siglo XIX una extensa franja de costa de 25 Km. de largo y más de 2 Km. de profundidad, que hoy se encuadra en los partidos de Pinamar y Villa Gesell, pertenecía a un solo propietario: Martín de Alzaga, primogénito del general Félix de Alzaga y nieto del último alcalde realista de Buenos Aires. Estas tierras inhóspitas y aparentemente poco valiosas acabaron en manos de los hermanos Guerrero, quienes lograron hacerse con la propiedad de las fincas que había heredado su hermana Felicitas Guerrero tras una truculenta historia de matrimonio infantil forzado, viudez prematura y muerte por crimen pasional.




La situación dio un cambio radical con la llegada del ferrocarril a la zona y la habilitación, en 1908, de una parada ferroviaria que se denominó Estación Juancho a 29 km. del mar, casualmente dentro de las propiedades de José Guerrero. A partir de ese momento se pensó utilizar la proximidad de dicho medio de transporte para explotar turísticamente esta parte de la costa, mucho más accesible de tal modo para los bonaerenses.



La primera tentativa fue protagonizada por una compañia belga fundada por Ferdinand Robette, que adquiere a José Guerrero una franja de 14 Km2 de dunas con el propósito de crear una estación balnearia a la que decidió denominar Ostende, por el parecido que a su entender tenía aquella zona con la costa que circunda la localidad belga situada al borde del Mar del Norte. En 1909 comenzaron los trabajos de urbanización, que -curiosamente- fueron ejecutados por trabajadores japoneses que se habían afincado cerca del lugar tras participar en la construcción del ferrocarril. La pieza esencial y foco de atracción del balneario debería de ser un gran hotel de más de 80 habitaciones, denominado inicialmente Hotel Termas y que luego se convertiría en el Viejo Hotel Ostende. El hotel sigue hoy funcionando y es casi lo único que permanece de aquel primer plan, que se frustró al fracasar los intentos realizados para fijar las dunas mediante forestaciones que no dieron resultado. Las edificaciones que se construían quedaban irremisiblemente bajo la arena y la compañía belga desistió entonces del proyecto. Acabaría, no obstante, fructificando con el tiempo y hoy Ostende es una importante localidad residencial y de veraneo de la costa atlántica argentina.



El Viejo Hotel Ostende conserva -y cultiva- el sabor de aquellos primeros años de asentamiento. Fue inaugurado en 1913 y ofrecía "amplios salones, espacios para juegos, lectura y esgrima, fábrica de pastas y repostería, restaurantes y jardines de invierno". Eso si, los huéspedes no sabían con seguridad por donde iban a poder entrar o salir, pues en muchas ocasiones debían hacerlo por las ventanas, a través de tablones, ya que la arena podía llegar a tapar completamente la planta baja. Allí se alojaron ilustres visitantes, como Antoine de Saint Exupery (se hospedó dos veranos consecutivos a principios del siglo XX y la habitación 51 en la que se alojó se conserva intacta) o los escritores argentinos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes se inspiraron en ese entorno para escribir la novela "Los que aman, odian". El hotel ofrece en la actualidad visitas guiadas, a las 16,30 horas, aunque fuera de ese horario se puede también -como hicimos nosotros- conocer la planta baja e instalaciones comunes, y tomar algo en la curiosa y un tanto kitsch cafetería.




El siguiente en intentarlo fue un curioso personaje de origen alemán, Carlos Idaho Gesell, inventor, visionario y renovador de un negocio familiar de instrumental medico que había transformado en el más importante comercio y fábrica de artículos para niños y bebés de toda Latinoamérica, Casa Gesell. Este hombre se empecinó en construir una ciudad donde sólo había un mar de dunas y acabó viendo su sueño realizado: Villa Gesell. Su aventura comenzó en 1931, cuando otro de los hermanos Guerrero (¡cómo no!), Héctor, le convenció para que comprara a buen precio una franja de médanos con 10 Km. de costa y 1.600 m. de profundidad que se vendía a buen precio al norte de Mar de Plata. Carlos Gesell fue a visitar el terreno acompañado de Héctor Guerrero (contó cómo tuvo que acceder a través de una ventana al Hotel Ostende, donde pasó la noche) y decidió comprar pensando en forestar la zona para abastecer de madera la fábrica familiar. En 1932 construyó sobre una duna su casa porticada, conocida como "la casa de las cuatro puertas", pues había dispuesto una salida orientada hacia cada punto cardinal con el fin de tener siempre asegurado el acceso frente al efecto de las tempestades de arena. Hoy la casa es sede del Museo y Archivo Histórico de Villa Gesell, donde se ofrece exhaustiva información sobre las condiciones en que se desarrolló la forestación de la zona que permitió la fundación de la ciudad.




El empeño fue titánico, pues las plantaciones sucumbían continuamente al efecto de los vientos y la arena. En 1934 Carlos Gesell contrató a un ingeniero agrónomo alemán, que al cabo de un año desistió convencido de que era imposible que allí prosperase nada. Pero Gesell no se arredró y, poniendo en práctica su ingenio de inventor, recurrió a múltiples procedimientos hasta conseguir su objetivo: fijación del terreno mediante cuadrículas de esparto, introducción de los plantones de pino en tubos de cartón embetunado para forzar la profundización del enraizamiento, importación desde Australia de una especie de acacia muy resistente a los vientos salinos -Acacia Trinervis- para proteger los pinos (a razón de tres acacias para cada pino)..., así hasta conseguir un verdadero bosque.



Fue una apuesta de órdago. En 1937 Carlos Gesell se fue a vivir permanentemente a la casa de las cuatro puertas, tras separarse de su primera mujer y liquidar con su hermano el negocio familiar. Había quemado sus naves y aquello no prosperaba. Así que, en 1941, pensó en obtener algunos ingresos mediante el alquiler de una casita de veraneo que construyó frente al mar. Al anuncio que puso en un diario de Buenos Aires respondió el gerente de Siemens, quien quedó entusiasmado con la experiencia y le hizo una extraordinaria propaganda. Ello llevó a más turistas, más construcciones, venta de parcelas, asentamiento de una población fija para atender la demanda de construcción y servicios, instalación de hoteles y restaurantes, redes de agua y electricidad, escuela, bomberos, etc. Cuando Carlos Gesell murió en 1979, a los 88 años de edad, Villa Gesell era ya la ciudad con mayor índice de crecimiento de Argentina y hoy en día sigue extendiéndose hacia el sur con nuevas urbanizaciones, como Colonia Marina, Mar de las Pampas, Las Gaviotas o Mar Azul.




Pinamar, la ciudad balneario más importante de la zona, al norte de Ostende, fue resultado de otra forestación, llevada a cabo en este caso por el arquitecto Mario Bunge sobre terrenos propiedad de Valeria Guerrero a partir de 1940. Hoy en día es la capital turística de la región y lugar de veraneo muy reputado.

Y, finalmente, entre Ostende y Villa Gesell, se halla el experimento más elaborado de la zona: Cariló. Sobre un espacio delimitado por un frente costero 3 Km. de longitud y 2,5 Km. de profundidad hacia el interior, los herederos de Carlos Guerrero llevaron a cabo una intensa forestación entre los años 1920 y 1970, que dio como resultado un espeso bosque de pinos, acacias y aromos, dentro del cual se está desarrollando una urbanización que pretende preservar el atractivo entorno creado. No hay asfalto ni se ven tendidos eléctricos (ni tampoco farolas). No existe una red cuadriculada de viales puesto que los caminos -de arena- respetan las curvas de las dunas originarias. Las viviendas unifamiliares, muchas de ellas de esmerado diseño, se diseminan entre los árboles en amplias parcelas sin cerramientos. Las zonas de servicios están también mimetizadas y distribuidas a lo ancho del conjunto: zona comercial, campo de golf, canchas de tenis. Las zonas destinadas a uso hotelero son asimismo bastante respetuosas con el medio, salvo la que se ubica en el centro de la franja costera, frente a la playa, con una mayor densidad de edificación y permisividad de hasta cuatro alturas. La playa permite largos paseos frente a un mar imponente y dispone de cuatro zonas de hamacas y restauración. Desde ella, hacia el sur, se puede acceder a la única zona de costa virgen que queda todavía en la región y recorrer -a pie o en quad- los médanos espectaculares que pueden dar idea del paisaje originario.











Así pues, un lugar interesante para pasar unos días de descanso y descubrimiento, sin olvidar echar un vistazo a la historia para tener también presente el pasado.