Persiguiendo a Cortázar


No me considero un mitómano, pero debo reconocer que con Julio Cortázar tengo una especial fijación.

Llegué a Cortázar a los 19 años a través de su traducción (e introducción) de los cuentos de Allan Poe que Alianza Editorial publicó en dos volúmenes en 1970. Poco después conocí sus cuentos en la edición conjunta de las recopilaciones Final de juego y Las armas secretas que en España publicó Seix Barral bajo el título “Ceremonias”, y a continuación quedé fascinado por Rayuela, como tantos jóvenes de entonces (y de ahora). A partir de ese momento busqué ávidamente todo lo publicado por él y sobre él. En este segundo campo me rendí muy pronto, pues la bibliografía sobre Cortázar se fue haciendo cada vez más inabarcable. Sin embargo respecto a su propia producción, comencé recopilando lo ya publicado y luego seguí incorporando todas la nuevas obras que fueron apareciendo, hasta llegar a formar una biblioteca cortazariana creo que bastante completa.



Incluso cuento con alguna edición verdaderamente curiosa, como la que Minotauro publicó en 1969 del cuento Casa tomada, que encontré en la librería El Parnasillo de Pamplona. Tiene la particularidad de estar impreso sobre hojas de gran formato que reproducen el plano de la casa y el texto va arrinconándose en las habitaciones no tomadas a medida que avanza el relato.


También tengo especial cariño a otra obra de gran formato que me regaló Tina: la edición numerada que Franco María Ricci realizó en 1983 del Bestiario de Aloys Zötl, en la que se reproducen las fantásticas acuarelas sobre animales de este dibujante austriaco del siglo XIX junto con el texto titulado Paseo entre las jaulas que Julio Cortázar escribió para la ocasión.


Lo cierto es que Cortázar me cautivó. Más por las novelas que por la poesía, pero fundamentalmente a través de los cuentos, en los que acostumbra a moverse magistralmente por el territorio de lo fantástico. Y una vez apasionado por la obra y por el autor, me interesaron también sus reflexiones, sus experiencias, su compromiso político e incluso las anécdotas de su vivencia, aspectos todos ellos muy presentes en sus libros de misceláneas como La vuelta al día en ochenta mundos y Último round. Pero no sólo era una delicia leerle, había también que escucharle -cuando había ocasión- en la radio o en la televisión. Su fluida oratoria estilo argentino, matizada con el deje francés que aportaba el característico arrastre de la erre, parecían hacer más atractivas las ideas siempre interesantes que expresaba. Ahora es posible acceder, a través de internet, tanto a lecturas suyas de textos propios (por ejemplo el famoso capítulo 68 de Rayuela) como a entrevistas que concedió a medios audiovisuales, entre las que destaca la que le realizó Joaquín Soler Serrano en 1977 en el programa “A Fondo” de TVE, a la que pertenece el siguiente fragmento:


Aunque me hubiera encantado, no tuve ocasión de conocer personalmente a Julio Cortázar. Pero sí tuve la fortuna de coincidir una vez con Aurora Bernárdez, su viuda y albacea, en unas circunstancias además bastantes peculiares. Fue ante la tumba de Cortázar, en el cementerio de Montparnasse, el 1 de noviembre de 1984.
Julio Cortázar había fallecido tan sólo unos meses antes, el 12 de febrero del mismo año (se dijo entonces que de leucemia, aunque en el año 2002 me sorprendió leer en El País un artículo de Juan Luis Cebrián en el que atribuía el fallecimiento al sida contraído por una transfusión de sangre contaminada, lo que también sostiene Cristina Peri Rossi). El hecho es que con ocasión del puente de todos los santos habíamos viajado a París con nuestros amigos Pili y Roberto y yo quise, en un día tan señalado, ir a depositar una flor sobre la tumba de Julio Cortázar. Al llegar ante la sepultura descubrimos que la misma era compartida con Carol Dunlop, la escritora canadiense que fue su última esposa y compañera de aventura literaria (“Los autonautas de la cosmopista”), la cual había fallecido en 1982. Al pié de esa tumba conjunta, ordenando las flores de ambos, se encontraba una mujer que nos preguntó si éramos amigos de Julio. Le contesté que solamente admiradores, a lo que ella repuso: “amigos, entonces”. Luego se presentó: era Aurora Bernárdez. Charlamos un rato y se prestó a hacer unas fotografías para el recuerdo.
         
  
Aurora Bernárdez fue la gran compañera de Cortázar en vida y la principal difusora de su legado una vez fallecido. También escritora y traductora (de Durrell, Bowles, Faulkner, Flaubert, Sartre, Camus, Calvino…) conoció a Julio Cortázar en Buenos Aires y le reencontró en París, donde se casaron en el año 1953. A decir de Vargas Llosa -La trompeta de Deyáformaban entonces una pareja deslumbrante ("nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba ver y oir conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo  que decían era inteligente, culto, divertido, vital..."). Aunque se separaron en 1968 y Cortazar convivió después con otras dos mujeres, nunca dejaron de tener una excelente relación. Dio apoyo a Carol durante la fatal enfermedad que acabó con ella y acompañó después a Julio en sus momentos finales. En los últimos años, con una enorme vitalidad y lucidez, ha desplegado una gran actividad para dar a conocer las obras inéditas de Cortázar, su correspondencia, los escritos olvidados (“Papeles inesperados”) y participado en numerosos actos de homenaje (este mismo año de 2013 en los cursos de verano de El Escorial, a sus 93 años).

Veintinueve años más tarde volví a la tumba de Julio Cortázar. Ahora es una de las más visitadas del cementerio de Montparnasse y es patente el culto que suscita por las numerosas muestras de recuerdo que dejan allí sus seguidores.



Así pues, no me resisto a seguir las huellas de Cortázar, tanto literarias como personales. En nuestra primera visita a Buenos Aires acudimos a la plazoleta Julio Cortázar, en Palermo Viejo, que estaba enormemente animada, con un mercadillo al aire libre, terrazas de cafés atiborradas de gente, actuaciones en directo…





Y durante nuestra estancia en Bruselas nos acercamos hasta el busto que recuerda que nació allí, en la comuna de Ixelles, un 26 de agosto de 1914, cuando su padre trabajaba como agregado comercial de la Embajada de Argentina ante Bélgica.


En alguna ocasión la búsqueda arroja sorpresas curiosas, como ocurrió en 1994. Había acudido a Madrid a una reunión de trabajo y al terminar, antes de desplazarme al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Asturias, di una vuelta por unos grandes almacenes de La Castellana. En la librería se ofrecía una nueva colección de minilibros de Alianza Editorial, entre los que se encontraba El Perseguidor, el cuento que Julio Cortázar publicó en 1959 dentro del volumen Las armas secretas, basado en la vida del gran saxofonista Charlie Parker y que está considerado como un antecedente de Rayuela. Lo curioso fue que a continuación, en la sección discográfica, me topé con un atractivo CD -en forma de lata redonda- de Charlie Parker. Naturalmente me hice con ambas piezas y emprendí el regreso muy contento y un poco sorprendido por la curiosa coincidencia. Lo que ya me dejó perplejo fue encontrarme, al llegar a casa, con que en la 2 de TVE estaban pasando la película Bird, de Clint Eastwood, que narra precisamente la tormentosa vida de Charlie Parker. Julio Cortazar no creía en las casualidades. El hubiera podido escribir un cuento fantástico a partir de un cúmulo de coincidencias como las ocurridas ese día. Yo he de conformarme con considerarlo un guiño, fabulosamente cortazariano, a mi fidelidad persecutoria.
 


Cortázar no ha dejado de estar vigente, pero últimamente ha cobrado especial actualidad con motivo de cumplirse, en este 2013, los 50 años de la publicación de Rayuela. Así que, además de releer esta extraordinaria obra (ahora en la edición crítica de Andrés Amorós), hemos aprovechado nuestra reciente estancia en París para recorrer algunos de los escenarios en los que transcurren los encuentros/desencuentros de Oliveira y la Maga. Los auténticos fanáticos pueden acabar de volverse locos rastreando los hitos de una impresionante cartografía del París de Rayuela que un bloguero tiene colgada en la red, aunque también existe la posibilidad -mucho más factible- de seguir la Ruta Rayuela a través de 21 paradas que propone el Instituto Cervantes de París.


 
Nosotros recordamos el aniversario atravesando el lugar donde justamente se inicia el relato: “¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti…
 
   
 
Atraídos más por los escenarios biográficos que por los de ficción, preferimos en esta ocasión acercarnos a los domicilios donde, según mis averiguaciones, había vivido y escrito Julio Cortázar en París. El último de ellos, donde convivió con Carol Dunlop, se encuentra situado en el nº 4 de la rue Martel, en el distrito X. Se trata de un conjunto de varios edificios con enormes cristaleras, de estilo industrial, en cuyo exterior se ha colocado una placa conmemorativa.
  



Sin embargo, resulta mucho más evocador el domicilio en el convivió con Aurora Bernárdez hasta la separación de ambos y donde continuó residiendo ella hasta el día de hoy. Es un antiguo “pavillon”, acondicionado por una arquitecta argentina como residencia de tres niveles, que se encuentra situado al fondo de un patio en el interior del nº 9 de la Place du Général Beuret, en el distrito XV. Carlos Fuentes la describe (diario La Nación) diciendo que “era una antigua caballeriza que se había convertido en un estudio alto y estrecho, de tres pisos y escaleras que nos obligaba a bajar subiendo, según una fórmula secreta de Cortázar". Parece ser que adquirieron esta residencia a principios de los años 60 con los ingresos procedentes del contrato suscrito con la Universidad de Puerto Rico para traducir las obras completas de Edgar Allan Poe. Allí terminó Cortázar de escribir Rayuela y produjo la mayor parte de su obra literaria, incluida una gran cantidad de escritos que quedaron relegados en un armario hasta que, recientemente, Aurora los dio a conocer.
Logramos franquear la puerta del edificio, accedimos al portal -donde pudimos comprobar que aparece el nombre de ambos en el buzón-, conseguimos pasar al patio arbolado interior y, al fondo del mismo, encontramos el “pavillon”, con varias puertas en las que aparece claramente identificado el nombre de la ocupante. Nos hubiera gustado encontrar de nuevo a Aurora Bernárdez y por ello llamamos a la puerta, pero -que lástima- nadie respondió.




Supongo que esta especie de "cortazarmanía" no terminará aquí. Siempre habrá ocasión de volver sobre el tema. Sin ir más lejos, en 2014 nos espera la celebración del centenario del nacimiento del gran cronopio...

P.D.: Finalmente, 2014 no sólo deparó la celebración del centenario de Julio Cortázar. Fue también el año en que murió Aurora Bernárdez. Esta entrada se quedaría irremisiblemente desfasada -como tan frecuentemente ocurre en los blogs- si no la actualizara con dicha información. De las necrológicas que han aparecido sobre ella, me quedo con la de Mario Vargas Llosa que se publicó en El País: La muerte de Aurora.